Nueve y once

Flashback

Capítulo 3

Nueve y once



Y de pronto ya no había ni gente conversando, ni musiquita navideña, ni nada, y parecía que lo único que podía escuchar era mi respiración agitándose y mi corazón latiendo más y más rápido.
Mariana cruzó la puerta de la cafetería y buscó en todos lados hasta que me vio sentado en una mesa del fondo. Sonrió. Yo tragué saliva e intenté no morir de nervios. Tenía su cabello amarrado en una cola.
Como aquella primera vez.
***
Era el primer día de secundaria y Gabriel justo faltó porque estaba enfermo. Yo nunca he sido bueno haciendo amigos, pero él y yo nos conocíamos desde chiquitos. De hecho, era prácticamente mi único pata del cole. Nuestro plan era sentarnos juntos como siempre, así que ese día estaba solo y aburrido en la parte de atrás del salón, intentando pasar desapercibido.
Estábamos en plena clase de Matemáticas y el profe estaba hablando de su vida, cuando de pronto alguien tocó la puerta muy despacio. Algo dentro de mí esperaba que esa persona fuera Gabo, pero cuando el profesor abrió la puerta un poco fastidiado porque acababan de interrumpir su «charla motivacional», una chica con el cabello largo amarrado en una cola apareció en el salón. Yo volví a mirar al dibujo que estaba haciendo en mi cuaderno y me propuse a terminarlo, decepcionado por no tener a mi pata conmigo ese día.
Escuché que el profesor le preguntaba a la chica si era del salón, le dijo que esas no eran horas de llegar y que la disculpaba por ser el primer día. La chica nueva le respondió algo tan bajito que no pude escucharla, pero yo seguía metido en mi cuaderno, seguramente dibujando a Goku súper saiyan 5 de Dragon Ball AF o algo así; yo era de esos frikis a los que les gustaba dibujar pero que se palteaban si alguien descubría su no tan secreto pasatiempo.
El punto es que yo estaba tan metido en mis cosas que no me di cuenta cuando la chica nueva atravesó todo el salón, evitando los murmullos de la gente, y se paró al lado de mi carpeta, por lo que su pregunta me hizo dar un pequeño salto:
¿Está ocupado? —me dijo. Creo que tal vez también se asustó con mi reacción, porque estaba medio sorprendida cuando la vi.
—Ah… no, no está ocu-ocupado —respondí, muerto de roche, y luego volví a mirar a mi cuaderno, pero ya no dibujaba nada.
La chica se sentó y colocó su mochila sobre sus piernas. Cuando finalmente decidí mirar a todo el salón, descubrí que había varios asientos libres; uno de ellos casi al lado de la puerta. Fruncí un poco el ceño. ¿Eso significaba que ella había decidido sentarse a mi lado?
Quizá suene tonto, pero que alguien más aparte de Gabriel haya querido sentarse conmigo (mucho más, si era una chica) me dejó pensando.
—Disculpa —la chica del costado volvió a hablar—, ¿me puedes decir que hora es, porfa?
Cuando volteé a verla, ella estaba mirando mi reloj, y luego levantó la vista hacia mí, sonriendo un poco.
—Sí, claro, son las… nueve y once —le dije, y ella asintió—. Con cuarenta y tres segundos.
Nada mejor para hacerle creer a una chica que eres raro que decirle la hora con todo y segundos. Genial, Luis, genial.
Sin embargo, lejos de mirarme raro, la chica movió su cabeza y miró a la pizarra riéndose un poco.
A la hora de recreo me enteré de que la chica se llamaba Mariana y que vivía a unas cuadras de mi casa. Nunca más le volví a hablar ese año. Y mucho menos imaginé lo que ocurriría al año siguiente. Pero no podía dejar de pensar que quizá, solo quizá, de entre todos los sitios, esa chica decidió sentarse a mi lado.
***
Mariana caminó hacia la mesa en la que estaba y, cuando llegó, me miró directamente a los ojos y levantó las cejas.
—¿Está… ocupado? —me dijo. La pregunta me hizo sonreír.
—Ah… no, no está ocupado —le respondí.
Mariana se sentó delante de mí, colocó su cartera sobre sus piernas, miró hacia el reloj en mi muñeca, tomó aire y volvió a hablar:
—Disculpa, —se quedó callada un segundo y me dio una media sonrisa— ¿me podrías decir qué hora es, porfa?
Miré a mi reloj y algo me volvió a la realidad.
—Nueve y once —le dije—. Con… cuarenta y tres segundos.
Algo no me cuadraba.
—Eh… un toque, ya vengo —añadí casi automáticamente y me fui volando al baño.
Saqué mi celular lo más rápido que pude, busqué entre mis contactos y llamé a un número.
—¿Aló? —respondió una voz con sueño.
—Oe, Gabo, soy yo —le respondí al toque.
—¿Ah?
—¡Yo pues! Luis, quién más.
—¿Quién?
—Ya, no seas payaso.
Gabriel se quedó callado un toque.
—¿Aló? —volvió a decir.
—¿Gabriel? —pregunté extrañado.
—¿Lucho? ¿Qué fue?
—Eh… ¿estás bien? —le dije. No entendí en ese momento lo que acababa de pasar— Bueno, ya fue. Oe, no sabes en dónde estoy y qué acaba de pasar.

Capítulo 3: rebrand.ly/Flashback4

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