Conversaciones Conmigo: El dedo chiquito del pie.
–¿Qué pasó, Martin?
–Oye, Yo, ¿es que algunos no tienen sentimientos?
–¿Por qué lo dices? ¿Y esa voz?
–Vamos, como si no supieras.
–Ya, ya, tranquilo. No te pongas así que sino me contagias, jajaja…
–No ahorita, Yo, no ahorita… Necesitaré algo más bravo que tus bromas esta vez.
–Vaya.
–Sip.
–Y, ¿me vas a decir qué fue?
–Ah… Bueno. Es que no entiendo cómo es que algunas personas simplemente no piensan en cómo se siente el otro. Duele sentirse ignorado, ¿sabes? Duele que los demás ni se imagen cómo te sientes o si estás bien de salud o lo que sea. Y más aun si es tu familia.
–Yo… Eh…
–Aún no acabo, aún no acabo. Y, por si fuera poco, eso me hace recordar más cosas, y vaya que ayudan bastante, eh… No entiendo, Yo. Simplemente no entiendo. ¿Acaso no han pasado por las mismas cosas que yo? ¿Tan dura es esta etapa de la vida? No sé, no sé. Todo es muy complicado. No tienes algo que decirme, ¿o sí?
–Pues lo averiguaremos… Mira, Martin. Sé que has tenido un día duro: las clases; los exámenes; el sueño perdido entre distracciones para evitar pensar en las cosas que debes pensar; las discusiones (sean tuyas o no); el estrés, aunque digas que no lo tienes; todo eso te mata. Pero a todo eso pongámosle una cereza encima: las heridas.
–¿Heridas? ¿De qué estás hablando?
–¿Nunca te has llegado a golpear el dedo chiquito del pie?
–Y, ¿a qué viene todo esto?
–Solo responde.
–Okay, okay, sí.
–Bien. ¿No has sentido cómo un dolor intenso recorre todo tu cuerpo y desearías haber visto o no sentir eso? ¿Y cómo ese dolor se intensifica un segundo después? ¿Y cómo ese dolor pasa al ratito? ¿Sabes qué pasó? Te acostumbraste al dolor. Ya sé: podríamos decir que ya “se te pasó”. Si fuera una enfermedad podríamos decir que “ya sanaste”. Sin embargo sientes ese “latido” después y el dedo te vuelve a doler un poco más nuevamente. Bien, bien. Algo así pasa contigo.
–¿Me has dicho que soy un dedo del pie?
–¿Ya ves que vamos entendiendo la cosa con un poquito de humor?
–¿Qué quieres decir con todo esto?
–Lo que quiero decir es que así pasa contigo. Muchas veces nos llegamos a acostumbrar al dolor y decimos que “sanamos rápido” o “pasamos por alto la ofensa” cuando en realidad nos guardamos todos esos sentimientos. Siempre te ha pasado eso, ¿no? Eso es resultado de un mecanismo de autodefensa inconsciente que quiere evitar sentir ese dolor inicial debido a lo que hemos pasado (sea nuestra culpa o no) y olvidar todo rápido para seguir con su camino. Sin embargo, déjame decirte, ese globo que vas inflando reventará un día. Y, si no revienta, pues poco a poco ese aire va saliendo en diversos momentos. Lo que necesitas no es preguntarte qué pasa con las demás personas y por qué te sientes así, lo que necesitas es sanidad. Eso te pasa ti y también a esa persona que te hirió.
–¿Qué?
–Así es. No eres el único, Martin, que pasa por cosas feas. Muchos conocemos a otras personas cuando ya tenemos muchas heridas con nosotros y, en situaciones específicas, esas heridas salen a relucir. Y, además, casi siempre eso es un patrón que se repite: te hieren (o hieres a ti mismo), inconscientemente quieres evitar eso, te guardas el dolor, te olvidas por qué fuiste herido y qué errores se cometieron, crees que ya sanaste, te resientes, aplicas lo que sientes a los demás, se comete el mismo error, te hieren (o hieres) y todo vuelve a comenzar. Pero para evitar eso, Martin, hay que tomar una muy difícil pero muy importante decisión: pedirle a Dios que te ayude a ver qué heridas tienes y clamarle ayuda para sanar. Ni las personas, ni los juegos, ni cualquier libro por ahí, ni cualquier tipo de distracción, ni siquiera hablar con otra persona que te diga qué heridas tienes podrá solucionar o hacer algo al respecto con lo que tienes ahí en tu corazón. El único que puede ayudarte es Aquel que te creó. Tienes que aceptar el reto, Martin. No será fácil, pero es lo mejor que puedes decidir.
–Tú… tienes razón. Ya, dejaré de llorar: los machos no lloran.
–A ver, a ver, a ver, a ver, a ver, a ver… ¿Y de dónde has sacado eso?
–Pues… todos lo saben, ¿no?
–No podrían estar más equivocados. ¿Por qué no deberíamos llorar? El hacer eso es poder vivir un gran sentimiento, sea dolor o alegría a veces. Si no lo haces, ¿cómo comenzaremos a darnos cuenta de todos? Y no solo es que “los machos no lloran”, eh. Varias mujeres también piensan así de ellas mismas. Siempre tendemos a hacernos los fuertes, Martin. Pero, si no estás conectado con tu propio corazón, ¿cómo te darás cuenta de las cosas? No te engañes, no te engañes. Cuidado.
–Oh… Okay. ¿Entonces?
–Tenemos que hacer la paz con nuestro pasado.
–No será fácil, ¿no?
–Pero con el tiempo verás que fue una decisión sabia. Además, Dios estará a tu lado en todo momento.
–Oye, Yo, gracias.
–Siempre estaré ahí para decirte que Dios siempre estará ahí para ti.
–Gracias.
–Gracias a Él, amigo.
–Oye, esa es una buena frase, ¿cómo se te ocurrió?
–No sé, a veces me inspiro.
–Está buena… Bueno, ¿y ahora?
–Mira este bonito atardecer. Disfruta de las maravillas de Dios y sonríe.
–Ahí vamos…
–A sanar, amigo…
–¿Y ese suspiro?
–¿Qué crees? Tampoco es sencillo para mí, jajaja.
–Ya, ya, ya pasará.
–Ya sanaremos.
–Así es.
Fuente: Etsy
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2: El dedo chiquito del pie.
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