7 - El aguijón oscuro

Ya habían pasado un par de semanas desde que Èrsedil y yo habíamos llegado a Fèronoir y a los pocos días nos encontramos con una situación inquietante: un extraño mal estaba acechando la ciudad más importante de la región.

Todo comenzó en el tercer día después de haberme encontrado con mi amigo de la infancia en la entrada de la ciudad. Habíamos dejado a su caballo en un establo cerca de donde nos habíamos quedado a dormir y salimos a pasear un rato…

–¿Estás seguro que eso es lo que dice? –me preguntó él mientras caminábamos por una calle, refiriéndose a la carta que había recibido de mi maestro poco antes de salir de mi casa junto al lago. Èrsedil me había contado que el maestro también le había dicho que se encontrara conmigo en Fèronoir.
–Completamente –le respondí–. Ahí en la carta dice que dentro de la ciudad encontraría ayuda en el momento más urgente y que esa sería su respuesta; que el equipo se completaría de esa manera. En ese entonces me pregunté por qué decía “equipo” si solo estaba yo, pero ya veo que se refería a ti.
–Tienes razón, ¿pero y si…?
–Èrsedil, compañero, nosotros nos encontramos en las afueras de Fèronoir, y yo estaba completamente tranquilo cuando eso sucedió. Es imposible que se refiriera a ti, entonces…
–¿Entonces me estás diciendo que no era a mí a quien debías encontrar?

Pero, por más que me esforzaba para volver a ver la imagen en mi cabeza de la carta que había recibido, no podía recordar qué decía exactamente.

–Estoy diciendo… –respondí después de un rato, todavía pensando en qué estaba escrito en ese papel que parecía antiguo– que probablemente nos falte uno más en el equipo.

Sin embargo, cuando llegamos al Centro de la ciudad, algo nos llamó la atención: el lugar estaba completamente desolado. No había ni una sola persona, con excepción de un hombre casi calvo que caminaba mirando a todos lados. Cuando nos vio, dio un salto del susto y comenzó a temblar mientras se alejaba sin darnos la espalda.

–No… No… ¡Aléjense de mí! ¡No me lleven a mí! –gritó el hombre, abriendo los ojos como si hubiera visto a un fantasma. En aquel momento no imaginaba que no estaba tan equivocado.
–Señor, eh… tranquilo –dijo Èrsedil mientras extendía sus brazos hacia el hombre y se daba un paso hacia él. Nunca ha sido bueno hablando con gente que no conoce–. Nosotros… no somos…
–¡No se me acerquen! ¡Fuera, fuera! –le interrumpió nuevamente el hombre, quien hacía lo posible por aparentar que tenía la fuerza para enfrentarnos.
–Señor, lo que mi compañero quiere decir es que… –intenté hablar yo, pero el hombre ya se había agachado, tomado una piedra y la lanzó hacia mí, impactándome en el hombro derecho.
–¡Atrás! –gritó el hombre y huyó aterrorizado, perdiéndose en una esquina.

Èrsedil y yo nos quedamos congelados ante su inusual forma de reaccionar. Nunca habíamos visto tanto terror sembrado en una persona. Nos habíamos quedado en los límites de Fèronoir el primer día, en el segundo visitamos el muelle y acampamos cerca de aquel lugar y ese tercer día emprendimos el viaje al corazón de la ciudad, pero en ningún lugar habíamos encontrado una situación semejante. El Caballero de la espada de grafito y yo nos miramos el uno al otro con una pregunta en nuestros rostros: ¿Qué había pasado en el Centro de la ciudad de Fèronoir?

De pronto, y como si fuera una respuesta a nuestros pensamientos, unas lentas pisadas se escucharon tras nosotros. Cuando volteamos, vimos a un hombre de piel oscura que nos miraba a ambos y parecía estar muy agotado.

–Hay algo que ese hombre olvidó –nos dijo el que acababa de llegar. Su voz era un poco rasposa y tranquila–: los dàrveril solo operan en la noche, al menos los que he podido ver.
–¿Dàrveril? –preguntó mi amigo, ya que esa palabra significa “oscuro.”

El hombre. que seguía acercándose a nosotros, tosió levemente.

–Así es: los dàrveril son seres invisibles hechos de oscuridad que nunca han aparecido en el día, pero que en la noche atacan a los hombres de una forma particular: el aguijón oscuro.
–Pero si son invisibles, ¿cómo es que saben de su existencia? –pregunté.
–Hombre, ¿en dónde has estado en el último año? Cuando Enou-miròir fue destruida años atrás, Deitej el Oscuro, el gobernante de esa zona, escapó hacia el este en busca de otro lugar que acechar. Después de mucho tiempo, llegó a Fèronoir, y desde ahí a atacado a muchos. Es imposible no saber que están ahí, en algún lugar.

La sola mención de Enou-miròir, el lejano pueblo del oeste al que llegué en la época en la que dejé de ver al maestro por un tiempo, me dio escalofríos. En esa ocasión yo estaba a punto de morir y me encontré con una de los comandantes de Enou el Destructor. Ahora ese hombre me estaba hablando de otro más.

–Espera, pero Deitej fue derrotado hace años –dije, aunque estuve a punto de agregar “Yo lo vi.”
–El comandante Deitej seguirá teniendo poder mientras la gente le siga temiendo –me respondió–. En tanto la gente siga teniendo miedo a la muerte, Deitej seguirá viviendo.

Me quedé helado, porque pensé si yo entraba en ese grupo de personas.

–La enfermedad del aguijón oscuro tarda veinticuatro horas en apoderarse de tu cuerpo una vez eres “picado” –continúa el hombre en un tono serio–, por lo cual ningún dàrveril aparece el día, ya que fueron atacados por la noche. La única cura es la flor de luz, una planta mágica, pero nadie la ha encontrado jamás. Pero lo peor de todo es que desde hace días ha corrido el rumor de que existe en algún lugar un dàrveril que puede resistir la luz del día. Si eso fuera cierto… todos estaríamos condenados. Es por eso que todos tienen tanto miedo y se esconden en sus casas.

Èrsedil se aclaró la garganta.

–Tengo una pregunta… ¿Y por qué usted no está huyendo como el resto? –habló finalmente.

El hombre, que todavía estaba unos pasos detrás de nosotros, suspiró pesadamente y avanzó con la cabeza gacha como si no hubiese oído nada en absoluto. Cuando pasó por nuestro lado, levantó la cabeza, pero continuó mirando hacia el frente.

–Porque yo ya no tengo ninguna esperanza –respondió, y siguió caminando. Cuando se alejó un poco, pude ver que sus ropas tenían un gran agujero atrás y que en su espalda había un extraño símbolo, como un sello parecido a una espiral, pero con un centro circular. Parecía que ya estaba a punto de ser completado. Ni Èrsedil ni yo nos pudimos mover en un rato, hasta que el hombre se fue.

En los días siguientes pude conocer más a mi amigo nuevamente. Èrsedil, como ya había dicho antes, había cambiado mucho: Su cabello largo y lacio le llegaba hasta un poco más debajo de los hombros, su rostro ya no era como el de un niño y se había alargado, aunque seguía siendo un poco más bajo que yo. Sus ropas eran holgadas y de un color claro y las mangas de su traje le llegaban hasta el antebrazo. Llevaba su espada de grafito en su cinturón y en su espalda estaba su escudo de plata. Casi todo en él había cambiado, pero su mirada seguía siendo la misma. Cuando éramos niños yo solía decirle que tenía ojos con forma de una hoja delgada, lo que me causó gracia en ese momento en el que volví a ver a Èrsedil, ya que esos ojos son la marca de nacimiento de los habitantes del lago, de donde viene él.

Yo también había cambiado mi forma de vestir y de actuar con el transcurso de los años: dejé mi cabello castaño ligeramente largo por un cabello relativamente corto peinado y mi rostro ahora tenía una delgada barba. Además, debido a que el maestro no me permitió llevar nada más que mi espada y lo que tenía puesto en el momento en el que recibí la carta, mi ropa de guerrero se había quedado en mi casa del lago –aunque ya no la usaba desde hace un buen tiempo– y traía puesto las hogareñas y típicas ropas crema de los habitantes del pueblo en donde vivía, aunque ya se me había hecho costumbre llevar debajo de mi ropa un traje parecido a una cota de malla que me protegía desde que tuve que enfrentar a una bestia parecida a un oso un año atrás.

Durante casi una semana todo estuvo tranquilo y sin sobresaltos en el centro de la ciudad, aunque la gente seguía sin salir a las calles por temor a ser atacados. Pero las cosas comenzaron a alterarse una noche de luna creciente en la que Èrsedil se encontraba cepillando a su caballo afuera del hospedaje en donde estábamos. En la mañana habíamos ido a comprar algunas cosas para comer y él me había dicho que al día siguiente quería salir a pasear un rato con su “querido amigo de cuatro patas”, como él me dijo.

Pero mientras estábamos conversando, escuchamos el grito de una mujer a lo lejos pidiendo ayuda. Yo miré a Èrsedil, pero él ya había cogido su espada y su escudo y se había subido de un salto a su caballo.

–¡Adelante, Eliezer! –exclamó, sosteniéndose fuertemente de su caballo. Ambos avanzaron por el camino con dirección a la plaza del Centro de la ciudad.

Yo, por mi lado, me apresuré a buscar mi espada blanca, la guardé y la puse en mi espalda y comencé a correr hacia la plaza, preocupado por lo que podía estar pasando en ese lugar. Hacía mucho tiempo que no corría tanto, pero atravesaba las anchas calles de la ciudad lo más rápido que podía.

Finalmente, después de unos minutos llegué a la poco iluminada plaza en el Centro de Fèronoir, y encontré a Eliezer al lado de una señora que se encontraba en el suelo y a Èrsedil con su espada desenvainada y su escudo aún guardado, protegiéndola de un hombre andrajoso que estaba de pie frente a él. Cuando me acerqué más, al fin pude verlo con claridad: el tipo que estaba ahí ya no parecía humano. Su rostro tenía manchas negras que se extendían al parecer por todo su cuerpo como si tuviera hematomas, sus ojos miraban al vacío y sus dientes sobresalían y estaban oscurecidos. A pesar de esto, su mirada era hambrienta y parecía que estaba dispuesto a hacer lo que sea para ser saciado, pero lo que más me llamó la atención fue que había una especie de energía oscura brotando de su mano derecha, y esta terminaba en una especie de punta. Ese debía ser el aguijón.

–¡Apártate! –le gritó Èrsedil al dàrveril mientras lo amenazaba con su espada negra. No quería hacerle daño, ya que, aunque no lo pareciera, ese hombre probablemente seguía siendo humano.

Al parecer el dàrveril estaba haciendo estragos en la plaza, ya que había un pequeño árbol caído y bancas rotas. Pensando en qué hacer para alejarlo pero sin hacerle daño, caminé lentamente hacia el árbol caído y saqué una rama gruesa. El hombre seguía ahí, sin moverse, mientras yo me acercaba a él. Èrsedil me miró preocupado, pensando en qué iba a hacer, pero el dàrveril ya se estaba acercando a él y a la mujer. Sin pensarlo dos veces, le asesté un buen golpe en la espalda al dàrveril, pero cuando finalmente impactó, la rama se partió en dos.

Lentamente, el dàrveril volteó y dirigió su atención hacia mí, mirando lo que quedaba de la rama en mi mano derecha. Yo me apresuré a lanzar la rama y a sacar mi espada y sujetarla con ambas manos. Cuando miró mi espada, el monstruo profirió un grito grave, para nada humano, que llenó todo el lugar. Luego de eso, todo se quedó en silencio.

Unos segundos después, otros invitados llegaron a la plaza. Tres dàrveril más, entre hombres y mujeres, se acercaban rápidamente a nosotros y no sabíamos bien qué hacer. Èrsedil sacó su escudo y lo puso en su brazo izquierdo e intentó hacer retroceder al dàrveril, quien comenzó a hacerlo, pero luego dio otro grito y se abalanzó sobre el caballero, atacándolo con el aguijón de su brazo derecho.

Lo que pasó después fue algo que no comprendí sino hasta una semana después: Cuando la energía oscura que tenía el dàrveril en su mano golpeó contra el escudo de Èrsedil, estos se contuvieron el uno al otro por un segundo, como si ambos estuvieran hechos de algún material duro. En ese instante, una especie de humo morado empezó a salir del brazo del dàrveril, quien gimió de dolor y cayó al suelo. Aquel humo extraño seguía saliendo de su cuerpo como si se hubiera quemado con algo. Los otros monstruos comenzaron a acercarse a nosotros gritando, pero yo tomé a la señora, la subí al caballo y le dije a Èrsedil que se la lleve del lugar y que yo los alcanzaría después.

Al ver que su presa había escapado y que el que se había quedado podía ser amenazante para ellos también, los dàrveril tomaron a su compañero caído y se lo llevaron a algún lugar fuera de la plaza tan rápido que yo no pude seguirlos. Me sorprendía la forma en la que los dàrveril se movían, como una bestia al acecho de un animal indefenso. Después de que los perdí de vista, decidí volver al lugar en donde nos estábamos quedando y encontrarme con Èrsedil y la señora ahí. Cuando finalmente llegué, encontré a la señora sentada en un sofá con una taza humeante de alguna bebida aromática.

–Es un té relajante –me dijo Èrsedil cuando apareció caminando lentamente hacia mí. Hablaba lo suficientemente bajo como para que la señora no nos escuchara–. Aprendí a hacerlo hace unos cuantos años. Tiene buen sabor; deberías probarlo.

La señora que acabábamos de rescatar tomaba lentamente de la taza que Èrsedil le había servido y miraba al vacío, sumida en sus pensamientos.

–Me pregunto qué le habrá pasado –le dije a Èrsedil en el mismo tono de voz que él.
–Mi esposo –habló de pronto la señora, quien todavía miraba a la nada–. Mi esposo era ese monstruo.

Cuando escuchamos esto, nos quedamos helados. Nunca hubiese imaginado una historia así, lo que cambió totalmente mi manera de pensar acerca de los dàrveril. Hasta ese momento solo los había visto como criaturas horribles y llenas de oscuridad, pero había olvidado que esos monstruos fueron personas en algún momento.

–Ambos salimos a comer algo ayer en la noche al bar de la plaza cuando tuvimos una discusión. Mientras estábamos en eso, uno de esos monstruos apareció y lo atacó; era como si hubiese sido atraído por la pelea –continuó diciendo, sin mirarnos–. Una parte de su traje estalló como si hubiera sido presionado fuertemente desde adentro y luego una marca apareció en su piel. Era una especie de espiral que iba creciendo con el pasar de las horas.

Entonces recordé el símbolo que tenía el hombre que vimos en nuestro tercer día en Fèronoir; parecía un sello. Supuse que lo mismo le había sucedido al esposo de aquella señora.

–Él ya no era el mismo. Cada cierto tiempo gritaba, como si viese algo espantoso, o se quedaba inconsciente. Creí que lo perdería, que mi esposo moriría sin que hayamos tenido hijos, pero en ocasiones recuperaba la lucidez y volvía a ser el de antes. Hoy salimos a pasear por el mismo lugar para pasar un tiempo juntos, pero entonces él cayó al suelo y luego comenzó a arrastrarse por todo el lugar. Decía cosas extrañas que no podía entender y luego simplemente se quedó mudo. Cuando me acerqué para ver cómo estaba, se levantó sin usar sus brazos, simplemente con la fuerza de sus piernas y de su cuerpo. Tomé su mano y miré a sus ojos… pero estaban completamente negros.

Al decir esto último, la señora se agitó y comenzó a respirar rápidamente como si estuviera aterrorizada con el simple recuerdo de su esposo convirtiéndose en un dàrveril.

–Fue ahí cuando grité –continuó ella. Èrsedil y yo simplemente la escuchábamos atentamente, sin saber qué decir ni cómo reaccionar–. Su ropa se había roto mientras se arrastraba y la marca de su pecho se volvió a notar, pero ahora tenía una especie de aguijón al final. Entonces… entonces… esa energía oscura apareció de su brazo y quiso atacarme. Ahí… ahí me di cuenta…

La señora me miró fijamente con gran angustia. Sus manos temblaban y un poco del contenido de la taza se rebalsó.

–Me di cuenta que tenía que deshacerme de ese monstruo, porque ya no era mi esposo. Después de eso llegó él –dijo ella, señalando a Èrsedil– y me rescató. Pero después de verlo… de ver a mi esposo así… ya no sé qué sentir.

La mujer frente a nosotros se quebró y comenzó a llorar desconsoladamente, soltando la taza y cubriéndose el rostro con sus manos, girando y poniéndolo contra el respaldar del sofá.

–Encontraremos una solución –dijo Êrsedil pero no creo que la señora lo haya escuchado.

Una semana después, no habíamos hallado la flor de luz, el único remedio para el aguijón oscuro de los dàrveril, y la señora se había quedado en nuestro hospedaje porque no tenía ningún lugar a dónde ir. Un día, nos dijo que iría en busca de su hermana al sur de la ciudad y le pediría que la acogiera, y desde entonces no la volvimos a ver. Habían pasado exactamente siete días y los ataques de los dàrveril habían disminuido. La situación era difícil en Fèronoir, pero nunca imaginamos lo que sucedería aquella tarde soleada en la que Èrsedil y yo estábamos planeando una ruta para buscar la flor de luz, guiados por las leyendas que habíamos encontrado en un par de libros.

De pronto, Eliezer, el caballo del caballero, comenzó a relinchar fuertemente, como si estuviera advirtiéndonos de algo. El lugar en donde nos estábamos alojando tenía una puerta que daba a la calle y un establo al costado, así que el ataque nos tomó por sorpresa a plena luz del día: una mano había atravesado la puerta de madera y la arrancó de un solo jalón.

Sin pensarlo dos veces, Èrsedil y yo nos pusimos en guardia, pero sin sacar nuestras armas. El monstruo había retrocedido junto con la puerta, así que nos dio tiempo de salir del lugar para enfrentarlo. Ahí, en la calle, el monstruo se deshizo de la puerta lanzándola a un lado y yo solo podía pensar en que era imposible que un dàrveril nos haya atacado a plena luz del día. Así fue unos segundos, hasta que reconocí el rostro del hombre frente a mí como el tipo de piel oscura que nos habíamos encontrado aquella primera vez en la calle.

Sin poder moverme, recordé lo que nos había dicho a Èrsedil y a mí cuando nos vio: cómo nos advirtió de la amenaza que acechaba a la ciudad, sobre cómo vencerla y luego cuando lo vimos con la marca del aguijón oscuro. Después de asimilar lo que acababa de ver, y al notar que el hombre-dàrveril se estaba acercando hacia mí mirándome fijamente, las palabras salieron de mi boca:

–¡Oiga! ¡Soy yo! ¿Me recuerda? –dije a la vez que echaba mi cabello para atrás, ya que una parte estaba sobre mis ojos. Al escuchar mi voz, el dàrveril se detuvo un instante y luego profirió un grito gutural.

Me gustará recordar con exactitud lo que escuché en ese momento, porque de lo único que me acuerdo es que el dàrveril comenzó a hablar en un idioma extraño con aquel mismo tono de voz con el que había gritado antes. No podía entender qué era lo que decía, pero sabía que se dirigía a mí. Escuchar esto me preocupó, ya que luego el hombre comenzó a acercarse, dejando ver sus dientes ennegrecidos. Èrsedil se movió mientras él no lo veía, se paró junto a la puerta de madera que estaba tirada en el suelo y comenzó a forzarla, intentando romperla con algún propósito, aparentemente.

Cuando el dàrveril ya estuvo demasiado cerca de mí, yo saqué mi espada y lo amenacé con ella, pero sin ánimos de atacarlo, pues sabía quién era ese hombre. Cuando vio que había sacado mi arma y que lo estaba apuntando con ella, el hombre abrió los ojos grandemente y, por un instante, pareció humano.

–Oye, oye, no. Ten cuidado con eso, compañero –me dijo él con la voz que nos había hablado cuando lo conocimos, pero yo no podía creerlo. Había algo extraño en su voz que parecía dopar mis sentidos–. Vamos… no pasa nada… Todo es un malentendido. Acércate para que veas que…
–¡Apártate de él! –gritó Èrsedil desde atrás del monstruo. Tenía un pedazo de madera de la puerta levantado y se dirigía velozmente hacia el hombre frente a mí para atacarlo por la espalda. A penas tuve tiempo de reaccionar.
–¡Cuidado! –grité, sin saber por qué, pero Èrsedil ya había movido rápidamente su brazo derecho y el pedazo de madera estaba a pocos centímetros del hombre.

Sin embargo, cuando este supuestamente ya lo había golpeado, sucedió algo que no esperé: la parte del cuerpo que iba a ser golpeada simplemente se desintegró en forma de un oscuro humo, dejando pasar la madera a través de él, y luego se volvió a formar mientras el hombre volteaba hacia el hombre que lo había atacado y nuevamente volvió a gritar como si fuera un monstruo, pero esta vez más amenazantemente. Èrsedil y yo nos quedamos con la boca abierta.

Èrsedil sacó su espada de grafito como un rayo y se puso su escudo blanco en un santiamén. Al mismo tiempo, el dàrveril emitió esa extraña energía oscura en forma de aguijón desde su brazo derecho, pero cuando vio al caballero y a su espada, transformó aquella energía en una réplica de ella. Yo, por mi parte, miraba atónito cómo es que el dàrveril levantaba su brazo y Èrsedil se protegía con su escudo. Estaba en debate, porque antes pensaba que en alguna parte dentro de ese monstruo se encontraba el hombre que habíamos conocido, pero al ver que era simplemente un monstruo de oscuridad sin cuerpo, ya no sabía qué pensar.

Sin embargo, cuando el escudo de Èrsedil chocó contra la espada del dârveril y esta no lo atravesó, finalmente decidí que ese monstruo no podía ser una persona. Así empezamos a pelear ambos contra el monstruo, quien se defendía cambiando la forma de la energía oscura a diversos objetos: un escudo, otra espada parecida a la mía, un gancho… hasta que finalmente, con un último grito, mi espada atravesó su brazo derecho y este cayó al suelo, haciéndose humo en un instante y desapareciendo. El dàrveril, ahora sin su brazo, comenzó a gritar de dolor y luego se desplomó, entonces Èrsedil hizo a un lado su escudo, tomó su espada de grafito con ambas manos y la incrustó en el pecho del agonizante y humeante monstruo, quien dejó de gritar en ese mismo momento.

Agitados, ambos nos quedamos viendo cómo el monstruo primero se retorcía frente a nosotros, pero, luego de que sus movimientos se hacían cada vez más lento, se quedó tieso en el suelo.

–Al fin –dijo Èrsedil, que estaba sudando debido a la pelea. Giró hacia mí, dándole la espalda al dàrveril, y se secó la frente con la mano.
–Así es, amigo –le respondí. Todavía estaba un poco consternado por lo que acababa de pasar–. Gracias por pensar más fríamente que yo.
–Vaya, nunca me habías agradecido por algo, creo. El maestro sí que te cambió, eh –me dijo, riendo un poco en medio del cansancio.
–Y tú ya no eres mudo –le dije en broma, aludiendo a la manera tímida en la que se expresaba a los desconocidos.
–Te concedo esta –habló después de haberse quedado unos segundos callado, probablemente pensando cómo responder–. Pero bueno, sea cual sea el caso, la gente ahora ya no tendrá que preocuparse por…

Pero no pudo terminar lo que estaba diciendo, ya que una espada negruzca apareció de pronto, atravesando su pecho. Èrsedil abrió los ojos de par en par y yo me quedé inmóvil. El dàrveril había usado sus últimas fuerzas para crear otro aguijón oscuro con el brazo que le quedaba y atacar a mi amigo por la espalda. Luego de un segundo, el aguijón salió rápidamente de Èrsedil y la parte frontal de su camisa, en una parte cerca de su corazón, estalló.

Èrsedil comenzó a caer hacia adelante y yo lo sostuve. Sus ojos miraban al vacío. Al ver hacia el dàrveril, observé cómo sonrió y finalmente desapareció en forma de humo. En el hueco que se había hecho por el ataque, pintando la piel del caballero, la marca del aguijón oscuro se formó rápidamente y luego retrocedió, quedando solo un círculo negro; el inicio de la cuenta regresiva de Èrsedil…


Fuente: Half Bad


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Capítulo 8 >>> rebrand.ly/Kyalodir8
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Capítulo especial 2 >>> rebrand.ly/Jevenoir
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