La niña, el libro y el águila.
La curiosidad siempre ha caracterizado a esta niñita. Pero, ¿cómo no va a ser así si es que ella misma es una curiosidad? Sus ojos grandes y azules, su cabello dorado, su eterna sonrisa y sus gorditos cachetes han logrado llamar la atención de cualquiera desde siempre. Incluso cuando era una bebé hacía cientos de payasadas que le alegraban el día a todo el mundo, principalmente a sus ocupados padres. Y, hablando de sus padres, han hecho bien su trabajo con su hija a pesar de que él sea un hombre de negocios y ella un ama de casa atolondrada. Cuando él llegaba a su hogar después de un largo día de trabajo, encontraba a su esposa preocupada en la cocina porque el estofado se estaba quemando y la sopa ya estaba hirviendo, mientras que su linda y traviesa hija se colgaba de la mesa fingiendo ser un mono. En el instante en el que el padre de la familia entraba a la cocina, la niña lo miraba, dejaba todo lo que estaba haciendo y gritaba “¡papi!” mientras se apresuraba hacia él para darle un gran abrazo.
Ella siempre le ha hecho honor a su nombre, porque desde su primer día de vida hizo sonreír a sus padres. Sèlirem era una niña curiosa y sonriente.
Desde entonces, ella ha ido creciendo en edad, belleza y estatura y se ha vuelto una hermosa niña de siete años.
Y es justo esa curiosidad la que la ha traído hasta aquí; hacia la cabaña en el jardín de su tía abuela. Sèlirem y sus padres viajaron varios kilómetros en su vieja yegua para ir a visitar a unos parientes que viven lejos de la ciudad de Fèronoir, cerca del gran lago, el pueblo natal de la madre.
Justo después del almuerzo, cuando los padres de la pequeña niña rubia y la tía abuela estaban conversando con el resto de la familia que había ido a visitarla por su cumpleaños, la traviesa Sèlirem se había aburrido de ser la única niña en la casa de la tía y se puso a recorrer todo el lugar en busca de algo interesante con lo cual pueda jugar.
Pero algo llamó la atención de esta pequeña niña de ojos enormes, y debo admitir que yo tengo toda la culpa; sí, señor. Resulta que ella halló en la puerta de entrada de la casa una linda y rechoncha ardilla que llevaba una perfectamente esférica uva entre las patas, y que no habría estado allí de no ser porque yo le dije al viento que soplara aquella uva que se había caído del árbol de la tía abuela y de no haber hecho que la ardilla se mudara a ese mismo jardín y que justo a esa hora le dieran ganas de comer. Cuando algunas cosas tienen que suceder sí o sí, es mejor hacer que sucedan de una manera ocurrente, ¿o no?
Así que, cuando Sèlirem miró a la ardilla comer la uva, quiso acercarse a ella, pero esta huyó. Ahí empezó la persecución. Hubieras visto cuán gracioso era mirar a la pequeña Sèlirem correr de un lado a otro siguiendo a la zigzagueante ardilla mientras gritaba “¡Ardillita! ¡Ven aquí, ardillita!”. Y el pobre animal que lo único quería era comer estaba pensando que se la querían comer a ella. Pero no te preocupes, no le pasó nada al final, ya que se metió en el agujero de un árbol al lado de la cabaña a la que acaba de entrar esta pequeña y traviesa niña que tiene toda una vida por delante.
Lo primero que hizo al empujar la puerta de la cabaña y entrar a ella fue decir un largo y asombrado “wow” y, luego, como si brillara con luz propia, enfocó su mirada en el antiguo baúl cubierto por una vieja y polvorienta manta, sin importarle el resto de cacharros que hay en la pequeña cabaña. Sigilosamente, la niña miró hacia atrás para ver si alguien la estaba observando y, al no encontrar a nadie, entró a la cabaña con dirección al baúl. Y aquí está, frente a él, sin imaginarse que está a punto de suceder.
Lentamente, Sèlirem quita la tela que cubría el baúl y encuentra una caja grande y marrón con un candado que solía ser dorado cerrándola. La pequeña agacha la cabeza, desanimada, pero no la dejaré así. Veamos… ya está: un poco de sol por aquí, que pase por este hueco que se hizo en la cabaña, que llegue al rostro de Sèlirem… ¡listo! Levantó la mirada y vio la llave en la pared al otro lado de la habitación. Ahora está corriendo hacia a ella. La tiene entre sus manos, vuelve al baúl, se acerca… ¡ya está! Ya abrió el candado. Si pudieras ver su carita de emoción. Sus ojitos azules brillan como si hubiera encontrado un tesoro escondido.
Pero, para su sorpresa, lo que ha hallado adentro no son joyas, ni juguetes, ni un tesoro escondido; sino un grande y aparentemente pesado libro con una cubierta de cuero y una inscripción que no puede verse bien debido al polvo. He esperado casi cien años para este momento.
Sèlirem toma el libro entre sus manos, le quita el polvo que lo cubría y se apresura a leer con dificultad la inscripción.
–Kàre… Kàreir Ryo… Kàreir Ryòhi-Jeradir’lide –dice.
Ah, sí. Significa “Libro del Rey del Ejército”. Bueno, mi hora ha llegado. Vamos a descender…
Atravieso el techo de la cabaña y la niña se cubre el rostro ante mi resplandor. Me paro frente a ella, sobre el baúl.
–Oh, lo siento, creo que brillo demasiado –le digo, y mi resplandor disminuye un poco–. ¿Así está mejor?
La pequeña Sèlirem se queda mirándome y por su cabeza pasa por un instante la idea de que acaba de ver a un fantasma, pero luego piensa que no puede ser uno así. No con esas alas largas, y ese pico, y esa mirada tan penetrante. Bueno, esa última palabra no la pensó ella. Ella más bien pensó “¡pareciera que puede ver a través de las paredes!” y, bueno, no está tan equivocada. Finalmente, se acostumbra al brillo y me ve completamente.
–¡Ave Brillante! –me dice totalmente sorprendida.
–¡Vaya! ¡Usualmente la gente tarda más en adivinar mi nombre! –le digo y luego le extiendo una de mis alas– Eres una niñita muy inteligente. Mucho gusto, mi nombre es Àjenoir Èrsedil.
Porque ya deberías saber que eso es lo que significa mi nombre, claro está. ¿Qué no lo sabes? Bueno, te recomiendo que te lo aprendas.
La pequeña niña me mira con ojos curiosos e intenta aclarar su voz temblorosa.
–Me llamo Sèl… Sèl…
–Sèlirem, mucho gusto. ¡No sabes cuánto esperaba conocerte!
Al escuchar su nombre, la niña sacude la cabeza y me observa intrigada. Abre la boca un poco como si quisiera decir algo, pero luego la vuelve a cerrar. Al final, de todas maneras ya lo va a decir.
–¡Oye! ¿Cómo es que sabes mi nombre? –me dice la pequeña– ¿Y cómo es que puedes hablar? Eres tan solo un…
–¿Un águila?
–Iba a decir un pájaro –me responde enfadada, mirando hacia un lado. Sí iba a decir “águila”, pero no quiere admitirlo.
–Bueno, pues te sorprendería saber cuántas cosas sé de ti, niña. Por ejemplo, sé cómo se te cayó ese diente el año pasado –acerco mi pico hacia su cara y asiento–. Ese, el que ahora te está creciendo.
Sèlirem lleva los dedos de su mano izquierda hacia su boca y toca ese diente del frente que le está creciendo. Se le cayó después de golpearse la cara contra el suelo de la sala de estar de su casa cuando jugaba a ser un gato encima del sofá. Cuando llegó su padre, casi le da un ataque al corazón.
–También sé que escribes con la mano izquierda –le digo– y que tu color favorito es el lila.
–¡Oye! En serio me conoces –exclama con el ceño fruncido. Acerca su mano hacia mí pero se retira al sentir la calidez antes de llegar a mi cabeza–. Pero no es justo; yo no sé quién eres.
Amo cuando llegamos a esta parte, aunque nunca se la he contado a una niñita de siete.
–Bueno, pues yo vengo de unas tierras muy lejanas: las tierras del Rey.
–¡Eso es imposible! Ese lugar no existe.
–Eso es lo que tu padre cree, pequeña –le respondo y me elevo un poco, paseando por toda la cabaña–. De hecho, es uno de los pocos que ha empezado a, como dicen algunos, enfriarse. ¡Pero ya no importa!
–Oye, no hables así de mi papá –me recrimina ella. Lo quiere mucho; eso me alegra.
–Bueno, pues resulta que todas las historias que tu madre te ha contado… ¡son ciertas!
Hay un pequeño silencio. La niña me mira escéptica.
–No te creo –me dice. Ay, eso tomará mucho tiempo cambiar.
–Si no me crees, pues abre ese libro que tienes ahí en la primera página que encuentres.
Aún sin creerme, Sèlirem dirige su mirada al libro. El pensamiento de rechazarlo e irse nuevamente a la casa de su tía abuela pasa por su cabeza, pero la curiosidad puede más. En ella, eso es tanto una virtud como un defecto. Pero, en este momento, esa curiosidad la lleva a abrir el libro. Lee las primeras palabras del primer párrafo que encuentra y luego aparta la mirada, para luego contemplarme como si le acabara de hacer una mala broma.
–¿Y? ¿Qué fue lo que leíste? –le digo, aunque ya sé la respuesta.
–No te diré –me responde.
–¡Vamos! ¿Es que acaso encontraste algo inesperado?
–Sí.
–¿Y qué es? Vamos, tómate tu tiempo para terminar de leerlo bien.
Resignada, Sèlirem vuelve a mirar a la página del libro y empieza a leer:
–Un ave de dos metros de altura, hecha de luz. Sus alas son como enormes hojas del árbol más hermoso del mundo, ¡no me creerás cuando te diga que me habló! Su voz es suave y alegre, como la de un amigo de la infancia. Àjenoir Èrsedil, el mensajero de Hyarènoir. Él es guía para los extraviados y…
–…y escudo para los guerreros del Rey –termino de decir yo–. Me encanta esa descripción. Aunque, claro, se le escaparon varias cosas. El que dijo esas palabras estaba contándole a su hermano cómo fue su primer encuentro conmigo.
Sèlirem se sienta con las piernas y los brazos cruzados y hace una mueca.
–Entonces… ¿todo lo que me contaron de ti es cierto? –me pregunta.
–Absolutamente todo.
–¿Puedes volar más arriba de las nubes?
–Sí.
–¿Y el viento que producen tus alas puede arrancar árboles?
–Lo he hecho un par de veces, sí.
–¿Y puedes atravesar las paredes?
–Me viste hacerlo al llegar, ¿no?
Mil y un cosas dan vuelta dentro de su cabecita, pero Sèlirem parece ir entendiendo. Aquí viene la pregunta crucial.
–Espera, espera, antes de eso –dice, como si le pidiera a sus pensamientos esperar un momento en la cola mientras pregunta algo–. ¿Qué significa “extraviado”?
–Significa que no sabe dónde está –le respondo, y no puedo evitar reír un poco.
–¡Oye, no te rías! No sabía qué era, pues… –y da rápidos manotazos al aire como si quisiera chapotear en el agua– Pero… hay algo que no entiendo. ¿Por qué estás aquí?
–Déjame responderte esa pregunta con otra –respondo y toco el libro con una de mis alas–: ¿te gusta ese libro que has encontrado?
–Bueno, sí. Está bonito –dice, y se queda mirándolo por un rato.
–Pues bien, ¿qué te parece si te lo quedas? Es mío, pero te lo quiero obsequiar. Tómalo como un regalo de amigos.
–¿Amigos?
–Sí, amigos. ¿Quieres que seamos amigos?
–¿Ser amiga de un águila? Nunca me había pasado… debe ser muy interesante.
–Y yo soy el águila más interesante de todas. Vamos, di que sí… ¿amigos?
–Bien –me dice ella, luego de pensarlo por un rato. Me sonríe y yo hago lo mismo con la mirada.
–Bueno, ahora tienes que volver pronto a la casa de la tía abuela, tu padre está preguntando por ti.
–Oye, ¿pero cuándo nos volveremos a ver?
–Cada vez que quieras hablar conmigo, sólo llámame.
–Está bien. Pero Àjenoir Èrsedil es un nombre muy largo –dice, extendiendo esta última palabra–; mejor te diré AE. ¡Vaya! ¡Tengo que contarle esto a Jèvenoir!
Y así, señores, es como empezaron a llamarme AE. Después de decir esto, Sèlirem se va y se lleva el libro con ella. Cuando llega a la casa de su tía abuela, le cuenta emocionada a su papá que había un pájaro grande y brillante en la cabaña y que le regaló ese libro, a lo que él responde “Cariño, ¡tienes una imaginación tan grande! Me sorprendes cada día más”. Su tía le dice que nunca había encontrado la llave de ese baúl que ella también había encontrado años atrás. Al enterarse que lo que había dentro era un libro, le dijo a su sobrina “Puedes quedártelo. Tu papi me ha contado que a ti te gusta leer mucho. Seguro por eso eres tan imaginativa.”
Después de que sus padres continuaran conversando con el resto de sus parientes, Sèlirem se va a una esquina mientras hace un puchero y piensa “Pero yo no estoy inventado cosas”. Al abrir el libro otra vez, encuentra nuevamente la página que había leído antes. Alegre por haber vuelto a hallarla, continúa leyendo desde la parte en la que se quedó.
«Cuando él terminó de hablar, su hermano le respondió “No te preocupes. Yo te creo.”»
Sèlirem sonríe.
Este es mi momento favorito de la historia hasta ahora. La penúltima Guardiana del Libro a aparecido.
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