4a - Querido Èrsedil


Querido Êrsedil,
Hace mucho que no nos vemos, espero que no te hayas olvidado de mí. Yo jamás me he olvidado de ti. ¿Cómo te va con la espada que tienes? Veo que estás bien. Sin embargo, me gustaría que nos encontráramos nuevamente. ¿Te parece si nos encontramos en el lugar en donde nos vimos por última vez? Te veo en dos días allí; creo que sí podrás llegar en ese tiempo. Ve con cuidado, alístate bien. ¡No vaya a ser como aquella vez!
Con cariño,
- G.


Fuente: Eric Scot English

Con mucha vergüenza, debía admitir que no recordaba quién era G. Había pasado mucho tiempo desde que lo había visto por última vez, y yo había cambiado mucho. Tanto en mi forma de pensar como en mi apariencia. Ya no era el chico delgado y débil de mi adolescencia. Mi cabello había crecido mucho desde ese entonces –sinceramente, no había tenido mucho tiempo para cortarlo. Tampoco es que haya querido– y muchas cosas habían cambiado desde que salí de Jèvendir. Dejé mi pueblo natal con un propósito, pero lo perdí en algún momento de mi vida.

Así como mis pensamientos luego de leer esa carta el día en el que cumplía un año de haberme quedado a vivir en un pueblo lejano, yo había estado dando vueltas durante mucho tiempo. La armadura que tenía de joven se había vuelto muy pequeña para mí y había conseguido una nueva. Bueno, casi. Solo tenía la coraza, un escudo pequeño, un yelmo viejo, un cinto opaco, una cota de malla débil y mi espada de grafito. Era muy extraño ver a un caballero –porque así fui llamado en algún momento– vestido de una forma tan peculiar. Lo único que seguía a mi lado después de tanto tiempo era mi fiel caballo Eliezer.

Al acercarme a él y recordar nuestra historia, fue cuando recordé.
Había visto antes un símbolo en forma de G minúscula. Era algo como…

Lo vi en un medallón, pero no cualquier medallón. El que lo tenía colgado de su cuello fue mi maestro. En mi cabeza, en ese momento, rondaba “O, más bien, es mi maestro. Porque todavía lo es, ¿no es cierto?”

Y luego. “Oh, rayos. ¿Qué he estado haciendo con mi vida durante todo este tiempo?”

Fue entonces que pensé en el propósito por el cual había salido de Jèvendir. Aquel hombre vestido de verde había cambiado mi vida. Me enseñó lo que es ser un verdadero caballero y me ayudó a vencer al dragón Kyàrulir. Me rescató cuando ese mismo dragón ya me había derrotado y me dio nuevas fuerzas. Después de que lo vi por última vez, dediqué prácticamente todo mi tiempo a hablarles a los demás de este hombre que me había salvado.

Sin embargo, algo cambió en el camino. Nunca supe a ciencia cierta cómo fue que empecé a avergonzarme de esto. ¿No sería ilógico no contarle a todo el mundo que has sido salvado de la muerte y que el resto también puede serlo? Quizá fue el miedo al rechazo, quizá fue el no querer arriesgar mi vida, quizá fue que aún no sabía que había una lucha que se desataba ante mis ojos y que no podía ver. Quizá fueron las flechas invisibles sobre las cuales mi mejor amigo me contó después. Sea lo que sea, nunca hubo excusa para dejar de hablarle a todo el mundo acerca de mi maestro, y yo las buscaba. Entonces ahora sabía qué hacer: Ir en busca de mi maestro a las tierras de Qalajir’li. Pero los obstáculos aparecieron mucho antes de lo que pensé.

Me encontraba pensando en mi destino cuando, de pronto, un pensamiento vino a mí: “Es un largo viaje desde aquí hasta Qalajir’li –me decía–; ¿cómo se supone que llegaré en menos de dos días? Es imposible”. Esas cosas me hicieron pensar en quedarme, luego en recordar por qué vine a un lugar tan lejano.

Quería olvidarme de todo, quería apartarme de mi maestro, no quería recordar sus palabras, no quería confiar en él. Quería vivir cómodo.

Eso no podía seguir así. Había decidido irme para permanecer alejado de todo aquello que me parecía una locura. Entonces algo irrumpió en mis pensamientos.

“¿No fue acaso una locura seguirme también? ¿Creer en mis palabras cuando tan solo habías oído un poco acerca de mí? Aplica lo que has aprendido desde el momento en el que nos conocimos. ¿No te enseñé acaso a que confiaras en mí?”

Su voz retumbaba en mis recuerdos como si tan solo hubiese sido ayer. “Debo salir”, asentí, y comencé a alistarme. Y ahí fue cuando el segundo problema llegó.

Como dije, no tenía mi armadura completa, y eso casi me detiene nuevamente. Pero algo sucedió cuando estuve a punto de rendirme:

“Esta vez enfrentaré al dragón guiado por él, y si sus enseñanzas están de mi lado, ¿de quién temeré?”

Esa vez fui yo mismo el que pronunció esas palabras. No iba a ser la mejor forma de presentarme ante él. No era un gran caballero lleno de victorias y gran lujo, pero entonces recordé que cuando lo conocí yo acababa de ser derrotado por un dragón que casi me mata. Pero él me ayudó. Entonces entendí que no se trata de los lujos y la gloria que pueda tener, sino que siempre debo presentarme ante él de rodillas, sabiendo y teniendo por certeza que él me rescató. Y que quiere hacer lo mismo con el resto. Sin excepción.

Y así, alisté una mochila con varias cosas dentro y me acerqué a mi caballo. Tenía miedo, sí; pero mi confianza en mi maestro era mayor. Él nunca me había fallado; no lo haría esta vez. Caí en la cuenta de que la primera vez que fui desde Jèvendir hasta Qalajir’li había tardado cinco días; sin embargo, me había tomado solo unas horas el día en el que mi maestro me envió. ¿Cómo no lo había notado? ¿Acaso él no gobernaba todo? Esta vez tenía que volver a confiar. Y así lo hice.

“¡Por el Rey del Ejército!”

Escuché mis propias palabras en mi cabeza. Habían pasado muchos años, pero la esperanza en el Rey seguía dándome fuerzas. Subí a Eliezer y le dije: “Vamos a hacerle honor a tu nombre, amigo mío. ¡Vamos a encontrarnos con el maestro!”





Ènderir, la ciudad del caos.

Fuente: Project Tamriel

El pueblo en donde me había quedado era un lugar calmado cercano a una ciudad desordenada. Aquellas villas y pueblos comerciales que hace años habían existido fueron creciendo cada vez más hasta convertirse en ciudades. Varias cabañas habían sido reemplazadas por estructuras de ladrillo y madera de más de dos pisos y el comercio se había extendido por todo el lugar. La gente de varios lugares fue a asentarse en esos centros poblados y así empezaron a propagarse por todas estas tierras. Una de esas primeras ciudades fue llamada Ènderir.

Eliezer y yo llegamos a Ènderir en uno de los momentos de más congestión en la ciudad: el festival enderiano. Cientos –o quizá miles– de personas andaban de aquí para allá, entre vendedores, turistas, citadinos y un chico extraño que acababa de llegar junto a su caballo, que justamente comenzó a atolondrarse al entrar a la ciudad.

–¡Hey! Eli, Eli, ¿qué sucede? Tranquilo… espera, espera, me bajaré. A ver… ya. ¿Sí? –le dije, mirándolo fijamente a los ojos– Tranquilo… hay muchas personas, ¿verdad? Y hay tanto tipo de gente, también… No te aloques, estaré caminando contigo, aunque la verdad sea un poco difícil con toda esta gente. ¿Sí? Calma, querido amigo.

Y así hicimos un esfuerzo al caminar entre todo el tumulto a través de todo Ènderir. El festival muchas veces nos llamaba la atención, pero Eliezer me cabeceaba cuando estaba a punto de distraerme con algún puesto y yo hacía lo mismo con él cuando encontraba algo de comida en el camino. Teníamos las cosas claras: estamos aquí de pasada, nada más. No somos enderianos, no vivimos en la ciudad del caos. Buscábamos la paz en medio de todo el ruido.

Y la hallamos.

Y, sinceramente, nos sorprendió.

–¿Un mapa? ¿Qué hace un mapa en una ciudad como Ènderir? –Eliezer sacudió la cabeza y dio un resoplido; al parecer él tampoco sabía qué hacía algo así ahí.

En una ciudad caótica como a la que habíamos llegado, el sentido de la dirección y la noción de orden eran demasiado escasos o simplemente no existían, razón por la cual encontrar un mapa de las tierras aledañas fue algo que llamó nuestra atención. Sin embargo, a nadie más parecía importarle. Levanté el mapa y lo observamos atentamente.

Ahí estaba: la tierra de donde había salido estaba al sur, Ènderir al norte de esta, y nos esperaba un largo camino para poder llegar a Qalajir’li; ¿por dónde comenzar?

El hocico de Eliezer interrumpió mis pensamientos; él estaba señalando hacia un punto en el mapa.

–¿Qué? No, no, amigo; por ahí vamos a ir –le dije, y él me golpeó con su cabeza. Luego volvió a señalar ese punto en el mapa y dio un resoplido. Yo lo miré seriamente–. Es imposible, Eliezer; es demasiado peligroso. Y ya sabes lo que dicen de ese lugar.

Eliezer relinchó y comenzó a avanzar sin mí. A veces no podía entender el comportamiento de ese caballo, pero tal vez él podía ver algo que yo no. Me hacía recordar al primer Eliezer que conocí. ¿Acaso este es igual?

–¡Hey, no me dejes! ¡Vuelve aquí, caballo testarudo!

Pero él no cedía ante mis palabras. En el camino intenté disuadirlo, pero él siempre me cabeceaba y resoplaba a modo de desaprobación de lo que le decía. Ya podía imaginarme al caballo si este pudiera hablar: “Ay, humano temeroso; ¡no tengas miedo! Yo ya sé lo que estás pensando, y no te tienes que preocupar. Tenemos que llegar pronto a encontrarnos con el maestro; ¡no hay tiempo que perder!”

Llegó un momento en el que simplemente ya no pude decir nada más; estábamos saliendo de Ènderir y de su caos, cuando le dije:

–Está bien, iremos al puente. ¡Y espero que no suceda nada! –pero cuando miré al caballo, había algo raro en sus ojos– ¿Qué sucede? Ya veo… Tú también estás un poco asustado, ¿verdad? Y aun así me animaste a mí a confiar. Ven acá, caballo valiente.

Y así, con un abrazo, Eliezer pudo respirar tranquilamente de nuevo, y logré ver más calma en sus ojos. Él me cabeceó para subir a él y seguir avanzando, y yo monté a mi caballo, rápidamente. Más que mi compañero de aventuras, era mi amigo. Y nunca me abandonó.




El puente Èna-ha’li y el monstruo de la montaña.

Fuente: ArtStation

La gente en esas tierras contaba muchas historias acerca de ese lugar: era un puente colgante entre dos tierras separadas por un abismo; la que acababa de dejar y a la que quería llegar. Después de cruzar el puente, tan solo un día costaba llegar a Qalajir’li. Parecía que llegaríamos a tiempo, pero a la vez había algo que me hacía temblar. Las historias que contaban hablaban de un monstruo gigante que cuidaba el puente y que había llegado de las montañas de las tierras del oeste. Hablaban acerca de hombres que habían ido al puente y que nunca habían vuelto. Grupos de veinte guerreros que desaparecían. Algunos decían que habían visto huesos en lo profundo del abismo. Que el monstruo era tan grande que podía aplastarte con un dedo, que tenía un arma mortal, que había nacido de la tierra, que podía volar, que era un hombre que había mutado, en fin… las historias perdían el sentido en algún momento. Pero lo que sí se sabía es que había algo o alguien en el puente Èna-ha’li que espantaba a cualquier persona que quiera pasar por ahí. Y de alguna manera el maestro había querido que pasara por ahí para poder encontrarme lo más pronto posible con él. Así que Eliezer y yo llegamos al puente cuando casi era el atardecer.

–Así que este es el Puente sobre la nada… le hace honor a su nombre.

Con un poco de temor y cuidado, bajé de mi caballo y me acerqué al puente para probar cuán fuerte era. No me sorprendió descubrir que no era muy resistente. Además, ese puente tenía muchos años, y hace mucho tiempo era el principal medio de comunicación entre las tierras que rodeaban a Ènderir. Volteé a ver a Eliezer y le acaricié el hocico.

–Amigo mío… tú vas primero. Una vez termines de cruzar, yo te seguiré. Tenemos que salir de aquí lo antes posible antes de que aparezca cualquier cosa que haya aquí… si es que existe.

Eliezer me miraba preocupado, pero yo lo miré fijamente y asentí. El caballo comprendió lo que quería decirle y comenzó a avanzar, cruzando el puente colgante. Ya casi había llegado a la mitad cuando…

–¿Quién... ha venido… a mi puente? –una voz profunda y ronca habló desde las profundidades el puente. Eliezer y yo nos quedamos congelados. Se podía oír el crujir de la roca, como si alguien estuviera escalando el acantilado.

Eliezer me miraba y comenzaba a asustarse y desesperarse. Yo le hice señas para que siguiera avanzando.

Una mano apareció de pronto en el suelo; era de una tonalidad gris. Quienquiera que sea, había llegado a la cima. Y sí existía.

–¿Acaso eres muda, criatura? –otra mano apareció; esta tenía un garrote– Oh… el olor. Un humano… y un caballo.

Saqué mi espada negra y me aferré fuertemente a ella. Iba a acercarme cuando el monstruo saltó. Casi me doblaba la estatura y era muy robusto. Había escuchado rumores de ese tipo de criaturas, pero nunca había visto una: era un troll. Sin embargo, la mayoría de ellos estaba en las montañas del oeste; ¿qué hacía uno ahí? No lo comprendería sino hasta mucho tiempo después. En ese momento solo podía pensar en que ese monstruo armado estaba bloqueando el paso al puente, y yo tenía que cruzar.

A lo lejos, Eliezer relinchó alarmantemente.

–¡Eliezer, termina de cruzar el puente! –le grité.
–¡Vaya! Sí podías hablar, humano.
–¡Atrás! No sabes quién soy –le increpé mientras dejaba mi mochila en un lugar a salvo.
–Aquí, humano… –me dijo mientras avanzaba hacia mí y cogía con más fuerza su garrote– No eres nadie.
–¡Cruza, Eliezer! –le dije a mi caballo cuando pude ver que ya no le faltaba mucho tramo en el puente. Al hacer esto, el troll rugió y abalanzó su garrote contra mí, pero yo evadí rápidamente el golpe y me coloqué, con una velocidad que no esperaba, mi escudo pequeño.
–Eres rápido, humano, ¡pero no lo suficiente! –exclamó mientras dirigía otro garrotazo contra mí. Esta vez mi escudo recibió el impacto, pero no fue lo suficientemente resistente como para evitar que yo también recibiera parte del golpe. Di un grito de dolor y el troll emitió una risa burlona y grave.

No podía evitar sentir miedo por la voz del troll y por el golpe que acababa de recibir, pero justamente eso me llenó de adrenalina para comenzar a pelear.

–¡Eliezer, debes apurarte! ¡Esta es mi batalla!
–¡Y no durará mucho!

Y así comenzó un ir y venir de garrotazos defendidos por mi escudo, de espadazos que no atinaban al blanco, a rugidos del monstruo del puente y a un cansancio que aumentaba cada vez más en mí. De pronto recordé aquella vez contra el dragón. No iba a permitir que los recuerdos del pasado me atacaran otra vez. Esta vez iba a vencer al troll. Esta vez tenía un propósito. Cuando logré cubrirme de otro de los ataques del troll, avancé valientemente hacia él y le incrusté mi espada en su enorme barriga. El monstruo gritó de dolor, soltó su arma y comenzó a caer, por lo que yo saqué rápidamente mi espada y me aparté para que no me aplastara. Entonces vi que Eliezer estaba del otro lado del puente finalmente.

–Vaya… fue más fácil de lo que pensé –dije. Aún seguía agitado por la batalla–. No era tan terrible el monstruo.

Tomé mi mochila y comencé a avanzar hacia el puente. Estaba caminando y pensando en qué harían las personas cuando encuentren el cuerpo del troll ahí cuando algo alarmó a Eliezer frente a mí. Entonces fue cuando volteé y quedé helado.

El troll se estaba arrastrando en el piso y había comenzado a gruñir algo que sonaba como “No pasarás de aquí…”

Me tardé unos segundos para reaccionar, pero luego comencé a correr lo más rápido que pude por el puente. Tenía que llegar hacia el otro lado a salvo. Tenía que… Pero de pronto todo tembló debajo de mí. Mirando hacia atrás vi que el troll había llegado al puente y estaba abalanzándose sobre él. Iba a romperlo con su peso. Seguí corriendo, esta vez más rápido que antes. Ya no faltaba mucho, tan solo unos metros. Estaba a punto de llegar al otro lado cuando sentí como el puente se caía debajo de mí. Seguía corriendo. Cada vez todo se volvía más inestable debajo de mí, di un salto con todas las fuerzas que pude y entonces sentí el vacío que hacía honor al nombre del puente. Y no podía pensar en nada más. Aferré mi mochila con una mano y traté de sujetarme a cualquier cosa que pudiera frente a mí. Eliezer pasó velozmente de mi vista y ahora contemplaba el color de las rocas. De alguna manera, me sostuve a una, y di un grito de dolor. Casi no podía respirar, pero ahí estaba yo: aferrado con una mano a una roca a punto de llegar a tierra firme y con la otra mano sosteniendo todas las cosas que eran valiosas para mí y que había guardado en mi mochila antes de salir. Miré hacia atrás y vi cómo el cuerpo del troll caía rápidamente hasta desaparecer de mi vista. Pude ver también la cueva que en algún momento fue su refugio, desde donde salía para emboscar a los viajeros que querían cruzar el puente.

Traté de subir. No podía. Miré hacia arriba y Eliezer estaba ahí, completamente asustado. Pero yo lo estaba más que él. No podía levantar mi otro brazo para poder impulsarme y subir porque la mochila pesaba demasiado. Por más que intentaba, era imposible. No podía subir si no soltaba la mochila. No entendía por qué era tan difícil. Pero ahí estaban todos mis recuerdos. Ahí conservaba todo aquello que me había estado definiendo durante todo ese tiempo en aquel pueblo en el que me había quedado: joyas, mi viejo reconocimiento por haber vencido al dragón, una medalla que conseguí en algún momento y no sabía por qué la tenía. Incluso aquello que nadie, tan solo dos personas en toda mi vida habían siquiera escuchado hablar de ella: una carta de mis padres diciéndome por qué me habían dejado de pequeño.

No sabía si el dolor que sentía era porque mi mochila pesaba tanto que hacía que mi brazo sufriera un estirón o era por la punzada que todos esos recuerdos causaban en mí. “Solo hay dos opciones, Èrsedil –me decía–: o sueltas la mochila y logras subir o te quedas como estas y tarde o temprano el peso te arrastrará hasta el fondo del abismo.”

Pero por más que sabía que la mejor decisión era dejarlo ir, no podía soltar esa mochila. Simplemente no podía. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. El dolor crecía: había que tomar una decisión. Pero todo eso valía mucho para mí. Miré hacia arriba y vi a Eliezer, quien seguía ahí, tratando de alcanzarme.

–Amigo mío… –le dije con una voz quebrada por el dolor y las lágrimas.

Recordé cuando el primer Eliezer desapareció junto a mi maestro frente a mí.

No… tenía que volver a mi maestro. Él valía más que cualquier cosa que podía tener. Por él valía la pena dejarlo todo atrás.

Entonces solté la mochila. Y a su vez alcé rápidamente mi mano hacia el borde. Pero algo sucedió; una mano me ayudó. Podía sentir su fuerza, que me ayudaba a subir, ¡no podía negarlo! Alguien me ayudó. Pero cuando subí, tan solo estaba mi caballo. Parecía que acababa de ver algo asombroso.

–¡Eliezer! –le dije, completamente impactado por todo lo que acababa de suceder– Amigo mío, estoy feliz de verte.

En el horizonte, el sol se ocultaba para dejar paso a la noche. Nos quedaba un día para llegar a Qalajir’li. Podíamos hacerlo. Ya habíamos dejado todo.



Qalajir’li sin dragones, sin temor.

Fuente: EAPPI blog

Acampamos en un bosque cerca del puente y por la mañana seguimos nuestro rumbo hacia el campo en donde hace mucho tiempo me enfrenté a Kyàrulir.

Ahora, lo que sucedió después es algo que experimenté muchas veces en mi vida. Y creo que no he sido tan solo yo. Después de la impactante escena ocurrida en el puente, de todo lo que dejé atrás ahí y de cómo fui rescatado de la muerte, el trayecto hacia mi siguiente destino se volvió un tanto más tedioso. ¿Qué fue lo que ocurrió? Nada. Efectivamente, ese fue el detalle. No ocurrió nada.

Quizá uno de los problemas que suceden mayormente y que desalientan a cualquier persona después de haber vivido una experiencia increíble es que luego de aquello que acaban de pasar, lo que le sigue no es tan impactante como lo anterior. La monotonía vuelve y la rutina busca devorarlos nuevamente. Eso me pasó a mí. Aún faltaba un día para llegar a mi lugar de encuentro con mi maestro y el calor, la caminata y el trayecto sin sorpresas me comenzaron a aburrir. Trataba de aferrarme a la fresca memoria que tenía de lo que ocurrió en el puente como si fuera el más dulce manjar, pero mientras más lo recordaba, perdía un poco su sabor. Tal vez, ahora que lo pienso, no estamos hechos para vivir del pasado. Por momentos la fatiga era tan fuerte que me daban ganas de no seguir; pero ahí seguía Eliezer, animándome a seguir. Así es: a pesar del ataque de la monotonía, siempre hay una esperanza. Una luz que te dice “Oye, hay algo mejor que está por venir”. “Jèven’li enhed dèroem”; lo que significa que, aunque no pueda ver aquellas cosas grandiosas que están por venir, siguen ahí. Y yo iba a ver nuevamente a mi maestro en poco tiempo.

Así fue que el día pasó y llegamos a Qalajir’li en la noche. Aquel lugar ya no era igual. Los dragones habían vuelto hacía mucho tiempo al oeste y no habían regresado a ese lugar cada seis meses como lo hacían antes. Nadie sabía por qué. Había rumores, pero nada se sabía a ciencia cierta. Así que, cuando Eliezer y yo llegamos, encontramos el lugar totalmente vacío. Recordé mi pelea contra el dragón aquella primera vez y cómo fue que casi me mató. La última memoria que tengo sobre esa primera batalla es que su cola me golpeó en la cabeza.

Mi caballo y yo rondamos un rato por el lugar y finalmente caímos dormidos por el cansancio; yo recostado junto a él.

***

–¿Hola? –escuché una voz. Se me hacía conocida– ¿Caballero? Caballero de la espada de grafito, ¿ya has despertado?

Ya había escuchado esas palabras antes.

–¡Èrsedil, despierta!

Y eso definitivamente me despertó.

–¡Hey! ¿Qué te sucede? –exclamé.
–Bueno; de alguna manera tenía que despertarte, ¿no? –dijo el hombre que estaba frente a mí. Lo primero que pude ver fue su sonrisa, que escondía una risa entre dientes. Poco a poco pude reconocer más a la persona que estaba frente a mí. Ropas verdes, el cabello un poco largo –pero no tanto como el mío–, una espada en la espalda, un morral con algo con una forma cuadrada adentro, ojos claros y un medallón colgando de su cuello.
–¡Ma-Maestro! –me sorprendí, abriendo los ojos como platos.
–¡Cuánto tiempo sin vernos! Cuéntame cómo te ha ido. No, espera; adivinaré: no tan bien, ¿verdad?

Me quedé mudo durante unos segundos. Lo único que pude decir ante eso fue:

–Perdón. Me alejé de todo. De ti.
–Nunca podrás alejarte de mí, Èrsedil. Siempre he estado cerca de ti todo este tiempo. Descuidaste aquello que te enseñé cuando nos conocimos. ¿Y ahora?
–Ahora quiero hacer las cosas bien. Todo este tiempo he estado viviendo como aquella ciudad del norte; sin importarme todo lo que sucede a mi alrededor.
–Y es por eso que te dije que hagas este viaje hasta aquí. ¿Ya notaste cómo está todo por estos lugares?
–Sí. Y ya no quiero seguir obviando eso. Todo lo contrario, maestro; ¡quiero avanzar! Quiero ir a donde tú me digas
–Detén tu caballo y tu espada, caballero. ¿Crees que estás preparado para el combate?

Sus palabras me atravesaron como si fuera una lanza a través de mi armadura. Pero no dolían. Solo me hacían ver mi realidad y anhelar algo mejor. Algo que solo él me podía dar.

–Pon tu armadura frente a mí, Èrsedil –me dijo él.

Y así fui colocando a sus pies mi espada, mi yelmo, mi coraza, mi escudo y mi cinto.

–¿Y el calzado, Caballero? –me preguntó él. Yo incliné el rostro: no lo tenía.
–No lo tengo, maestro –y dentro de mí rondaba la pregunta “¿tan importante es?”
–Claro que lo es, es muy importante, amigo mío –me dijo y, acto seguido, tocó las cosas que estaban a sus pies. De pronto, la armadura comenzó a brillar y frente a mí se presentó una de un color blanco argénteo, como aquella que tuve hace mucho tiempo.

Mi espada de grafito estaba más brillante que nunca y, a un lado, estaba un calzado plateado. Miré a mi maestro a los ojos. Él me sonrió.

–Èrsedil, amigo mío, ¿es que no te das cuenta? Podrás tener prácticamente toda la armadura y hasta incluso la mejor que puedas conseguir, pero no podrás avanzar más sin el calzado. Es necesario que lo tengas siempre puesto para la misión que tengo para ti: has de ir a la tierra junto al mar, y ahí nos encontraremos un día. Ten paciencia, !será pronto¡ Pero en vano no será todo lo que has dejado. No has sido el único al que llamé; te encontrarás con alguien cuando llegues. Creo que te gustará volver a ver a un viejo amigo. Ha ido aprendiendo lo que es la calma, paciencia y el sosiego durante mucho años.

Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que continuara hablando. Esta vez, solemnemente.

–Te espera una gran aventura en Fèronoir, Caballero de la espada de grafito. Algo importante está a punto de suceder. Nos veremos entonces.

Y cuando parpadeé, ya no estaba. Pero ya lo había visto. Ya me había vuelto a encontrar con él.

Tomé mi armadura, me la puse y me fui con Eliezer con rumbo hacia el este, alejándome de las montañas y del gran lago.



Fèronoir, el lugar junto al mar.

Fuente: Life is a journey!

Y así es como llegamos a este lugar. A la entrada de Fèronoir. Tuve tiempo para pensar en las palabras que mi maestro me dijo en Qalajir’li y ya sé a quién tengo que encontrar. El problema es que no lo veo por ningún lado. También me pongo a pensar en qué es lo que nos espera ahí dentro. Fèronoir siempre ha sido una ciudad tan pacífica que parece extraño que algo vaya a suceder. Pero bueno. Ahora… ¿en dónde está?

–¿Èrsedil? ¿Eres tú? –dice la voz de un hombre detrás de mí. No lo reconozco al inicio, pero luego volteo a verlo.

Está tan distinto a como la vi la última vez. Su cabello sigue siendo castaño, pero está más oscuro a cuando yo era un niño. Tanto él como yo estamos muy diferentes a nuestro último encuentro. Pero es él.

–¡Kyàlodir! No puedo creerlo, ¡eres tú! –le digo con una enorme sonrisa. Es mi mejor amigo– ¡Al fin te encuentro!

La aventura comienza. Anhelo el día en que volvamos a ver al maestro, el hijo del Rey.



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