5 - Hace un tiempo atrás
Ocurrió hace un tiempo atrás…
Un día nublado; hay frío por doquier. Ayer
los comandantes del ejército capturaron a un guerrero llamado Kyàlodir. Esta
mañana lo llevaron a un monte sin nombre al oeste de Mìrolia y lo ataron a una
gran piedra que ahí yace. Mientras tanto, un hombre flacucho clava un dictamen
en el tablón de anuncios del pueblo. La gente se acerca; unos asienten con
aprobación, a otros les deja de importar cuando leen las primeras líneas, otros
se preocupan:
“Dictamen del Gran Comandante Jezegaber, hijo de Enou:
Ayer por la noche se logró capturar a Kyàlodir, el guerrero; acusado de
grandes males que a este pueblo acechan. El comandante Jezegaber, el que hace
caer, ha encontrado a este guerrero culpable de los delitos de robo, mentira,
ataques al pueblo, estafa y del delito más grande de todos: traición.
Lejos de la rivalidad del gran Enou con el Rey, los comandantes que
gobiernan estas tierras conocen las reglas que el Rey mismo dio y por las
cuales se rige el orden, motivo por el que sabemos que dichas faltas merecen el
mayor castigo: la muerte. Mencionado esto, el comandante Jezegaber, el
acusador, exige que sea cumplida la sentencia de muerte hacia Kyàlodir, el
guerrero. Dicha ejecución se llevará a cabo en el monte al oeste de nuestro
gran pueblo. La presencia de los pobladores está terminantemente prohibida. Asimismo,
el comandante Jezegaber confirmó su presencia durante los siguientes meses en
el pueblo de Mìrolia.”
Debajo de aquel dictamen se encontraba una nota escrita a mano:
“Recordad,
poblador: estás siendo observado.
- Jezegaber, Enou sèlerir’de”
Sentenciado a muerte y lo único que puedo hacer yo es permanecer atado a esta piedra mientras el viento sopla fuertemente y esperar a que vengan aquellos que me condenaron. De todos modos no sé por qué hice todo eso. Ni recuerdo haberlo hecho. Fue hace mucho tiempo; en mi adolescencia, quizás. Antes de que… Bueno, no importa. No sé cómo es que ese tal Jezecomosellame sabe todo eso. He intentado hacer las cosas bien. Digo, ahora hago buenas obras. Quizá siga cometiendo muchos de esos errores, pero me esfuerzo por hacer lo bueno. Y no puedo, no puedo. Es como si simplemente pudiera hacer lo malo. Y merezco esto. ¡Pero no quiero morir! ¡Soy un gran guerrero! ¿Y la traición al Rey? Bueno, eso fue un grave error. ¿Por qué me condeno a mí mismo? Quizá me he creído lo que dice ese comandante de mí. Ahora nadie me puede salvar; todo el pueblo está contra mí y aun mi familia y amigos me han dejado. No tengo nada. Tan solo esta piedra.
–¿Cuán seguro estás de eso?
Bastante. Espera, ¿qué?
–Kyàlodir, ¿qué has hecho?
¿Has venido a acusarme también? Digo…
–¿Has venido a acusarme también?
–Por supuesto que no.
–¿Quién eres?
El viento se detiene. En este momento puedo ver a un hombre caminar frente a mí, pero no lo puedo distinguir bien. Estoy muy herido; en la cárcel en la que me tuvieron ayer me estuvieron golpeando y yo no pude hacer nada. No puedo ver.
–Aquí estoy –me dice él. Su voz está llena de esa paz que tanto quiero. Se oye libre– No solo me oigas, escúchame.
–¿Quién eres?
–Oh, tú sabes quién soy. Pero, ¿quieres conocerme?
Él comienza a retroceder, pero nunca deja de mirarme. Está vestido de ropas parecidas a las que yo solía usar. Una túnica como la de cualquier guerrero y un manto verde lo cubren, y su cabello corto es de un color castaño. Finalmente puedo ver quién es: el hijo del Rey. Mi corazón se quiebra y comienzo a llorar.
–¡Oh no, por favor! ¡No quiero morir! ¡Perdóname!
–No he venido a condenarte, Kyàlodir. Te conozco desde hace muchos años. ¿Cuántos años tienes?
–Yo… yo ya no estoy seguro.
–Ya no sabes ni quién eres. Estos comandantes te han engañado durante años, al igual que a todos. Están bajo el poder de Enou, quien está comenzando a apoderarse de estas tierras. Cree que nadie lo ha notado.
–Entonces…
–No significa que no seas culpable de las cosas que has hecho, Kyàlodir. ¿No fue así como empecé?
–¿Qué quieres de mí? –digo entre el grito y el llanto.
–Librarte. Pero la justicia se tiene que cumplir. ¿Quién eres?
Los recuerdos de todas las cosas que he vivido pasan en un instante por mi cabeza, y mi voz se comienza a quebrar.
–Kyàlodir, el guerrero. Merezco morir. Pero…
No puedo más.
–¡Sálvame, hijo del Rey! –le grito– ¡No me dejes!
–He venido para salvar a la gente de estas tierras de la muerte. Ya no vas a ser el mismo, Kyàlodir.
–Ya no quiero ser el mismo.
–Entonces levántate. Te he librado.
Las cuerdas que me ataban cayeron. El viento vuelve a soplar y oigo personas subir el monte. Oigo a los que me iban a condenar. Veo a cinco personas de distintos tamaños vestidas de negro entrar y las nubes se vuelven oscuras.
–¿Qué haces hablando con ese hombre? –dice el mayor de ellos.
–He venido a tomar su lugar en esa piedra. Y el de todos en estas tierras.
–Perfecto. Pues morirás tú en lugar de él también. Ahora la sangre del Rey correrá por este monte.
–Señor –comienzo a decirle, pero él se voltea a mirarme a los ojos.
–Toma mi manto: ahora no podrán hacerte daño.
Lo veo ser atrapado por aquellos que me iban a condenar. Ellos trajeron una vara de metal atravesada por otra y la colocan en la cima del monte, y ahí llevan a aquel que me salvó. Su cabello es largo como el mío. Ellos lo atan a esa cosa que clavaron en el monte. Otro hombre habla con una voz fría.
–El hijo del Rey se ha ofrecido para morir en lugar de este hombre y de todos los demás. Que así ocurra. Recibirá la muerte de todos.
En ese momento ellos se retiran, pero el que acaba de hablar se queda a presenciar lo que va a ocurrir. Las nubes truenan y yo lo miro. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué está muriendo por mí? ¿Quién soy yo para que alguien haga eso? No puedo evitar llorar, y veo que él también está llorando. Me mira y de pronto veo muchas escenas pasar rápidamente frente a mis ojos: él siendo golpeado, tumbado, arrastrado, pateado y luego empujado, subiendo un monte. Al mirarlo nuevamente puedo ver que tiene golpes y heridas que no había notado por todos lados. Se parecen a las mías. O, más bien, las mías se parecen a las de él. Dice algo, pero el crujir de las nubes es tan fuerte que no puedo oírlo. De pronto mira al hombre vestido de negro frente a él y dice algo que hace que este grite y comience a huir del lugar. Antes de que pueda decir algo, un gran rayo cae del cielo sobre el hombre que decidió reemplazarme en ese lugar. Comienzo a gritar, pero ya es muy tarde. Él ya no se mueve. Todo el lugar tiembla y yo caigo al piso.
***
–Oye, amigo. Despierta.
Esa voz es demasiado conocida. Me levanto y sigo en el monte. Miro hacia el lugar en donde cayó el rayo, pero está vacío y la gran roca está partida en dos. Unas manos me ayudan a levantarme. Me abraza y yo comienzo a llorar.
–No llores. Estoy aquí. No estoy muerto.
–Maestro.
Sus ropas ahora son verdes; como el manto que me dio, pero parece que están hechos de algún material fino.
–Kyàlodir, amigo mío. No temas, yo estoy aquí.
–¡Maestro! –mi llanto se convierte en lágrimas de alegría. Él está aquí, conmigo.
–Y nunca me iré.
Lo abrazo más fuerte y él me consuela. Él me llena de esa paz que tanto había buscado durante toda mi vida, y sé que ahora soy nuevo. Porque no quiero ser el mismo, porque ya no soy el mismo, porque él me salvó.
–Ahora vamos a caminar, Kyàlodir. La aventura ha comenzado.
Fuente: HDR Creme
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