La combi.
Con tanta vaina de que no era el único medio de transporte, sumado a las críticas que te hacían tus patas y a las muertes alrededor de toda la ciudad, las autoridades casi habían logrado desaparecer las combis de Lima. Digo “casi”, porque siempre había algunas que pasaban en esos lugares cerquita a cualquier calle en la que estabas y que estaban dispuestas a llevarte hasta tu jato al toque, pero de ahí uno no sabía cuándo iba a volver otra. Pues bien, resulta que en la madrugada era prácticamente imposible encontrar una. Y ahí estaba yo, con mis patas, después de salir del baby shower de Marina del cual me tuve que ir temprano porque las cosas se empezaban a malear. Algunos de ellos se ofrecieron a acompañarme porque vivían por la ruta del carro, así que ahí estábamos: Cinco puntas caminando por el centro de Lima en la madrugada, esperando a que no nos interceptaran unos cuantos choros que seguramente estaban rondando por el lugar.
Recordábamos las cosas que hacíamos en el colegio antes de terminar y lo graciosa que fue la fiesta de promo –la cual no pude disfrutar mucho gracias a una frejolada a la que había ido unos días antes y que había resultado poderosa–, riéndonos de las payasadas que hacía Domínguez y de la cómica pelea entre Caretalón y su flaca; cuando de pronto la vi.
–¡Último, último! –exclamó el cobrador de una combi multicolor que se había estacionado a media cuadra de nosotros. Luego volteó a vernos y, tomando una bocanada de aire, formuló la pregunta tan conocida por la gente pero que significaba mucho en ese momento:– Habla, ¿vas?
Ponte en mis zapatos un segundo. Estás de lo más tranquilo con tus excompañeros de cole, matadazo después de una noche recontra chévere y pasa la última combi de la madrugada. Está yuca la cosa, ¿no?
–Oe, compare, apura –le dije a Domínguez, que estaba a mi costado, a la vez que ponía un pie adelante, a punto de correr. Pero fui detenido abruptamente por Juancho, quien puso su mano en mi hombro.
–¡Aguanta, oe! –me dijo– Vas a estar corriendo por una combi, causa. ¡Que se vaya, nomás!
–Oe, ¡pero dice que es último! –le respondí, más preocupado que mi viejita cuando no le avisaba que estaba llegando tarde.
–Qué va a ser el último. Tranquilo, oe –dijo Juancho.
–Habla, ¿vas? –se escuchó por segunda vez el llamado. Mi corazón comenzaba a latir más fuerte.
–Oigan, ¡pero vamos, pe! Nada les cuesta correr un poquito –seguí insistiendo, casi rogando. No creía que otra combi fuera a llegar– Si está cerca…
–¿Sabes qué? Si quieres anda, barrio –me dijo Caretalón, que había dejado de discutir con su enamorada porque no los dejaba pelear tranquilos.
–¿En serio? Bueno, me quito entonces –me apuré a decir–. ¿Seguro que no…?
–Asu… –me interrumpió Domínguez– A tus patas los vas a dejar.
Estaba fea la cosa. Me quedé callado un toque pensando en qué hacer. ¿Quedarme con mis patas o correr hacia la combi? ¿Apurarme en llegar sano y salvo a mi casa o quedarme hablando y arriesgarme a que me roben? Para colmo no querían ir conmigo. Ni uno solo. Debía era decidir ya.
–¿VAS? –se escuchó por tercera vez, y el cobrador parecía apurado, como quien tiene que marcar tarjeta a tiempo o sino lo botan de la chamba. Me quedé mirando a mis patas un toque hasta que escuché:– Lleva nomás; no pasa nada...
Medio segundo después escuché el carro comenzar a avanzar. Le eché un ojo a la combi y luego a mis patas. “¿Tas loco?”, me dije.
Y la piqué.
–¡Sube, sube! –grité, mientras corría hacia la combi. Detrás de mí podía escuchar los quejidos, burlas e insultos de aquellos “patas” que tenía y que había dejado en plena calle. Estaba a escasos metros de la combi cuando levanté el pie izquierdo y me sumergí en el pequeño medio de transporte.
–¡Lleva, lleva! –exclamó el cobrador, y el chofer pisó el acelerador y nos fuimos todos.Encontré sitio al fondo y, agitado, me di cuenta que no tenía las llaves de mi casa.
–Fue –dije. Pero ya no importaba; sabía que si le pasaba la voz a mi viejita, me abriría y, a pesar de que quizá reniegue un rato, de todas maneras antes de que me vaya a dormir me iba a ofrecer un poco de hierbaluisa que hizo en la mañana. Porque así es ella; le preocupa que esté bien.
Y así es, ya estoy en la combi. Próximo destino, último paradero: hogar, dulce hogar.
3 comments
Buenaaa :D
ResponderEliminar¡Gracias! :D Agradecería mucho que lo compartieras si te gustó
EliminarEs verdad, a pesar que los " patas " son los hermanos que uno elige, nunca se compararán al afecto de una madre o aún de un padre. Cuando enfermamos son nuestros padres quienes nos cuidan. Quizá haya excepciones pero no creo que sean muchas. Saludos mi amigo
ResponderEliminar