Sèlirem.

—Papi, ¿por qué me pusieron ese nombre? —me preguntó un día mi hermosa hija, sentada en mis piernas. Su cabello rubio estaba despeinado y unos cuantos mechones caían sobre su rostro, lo que hacía que el huequito que dejó su diente recién caído se vea más gracioso. Ella siempre tenía cada ocurrencia.

Todos sus años de vida pasaron por mi mente y yo le regalé una sonrisa ligera, recordando todo lo que pasamos con ella.

—Bueno, cariño —le dije, y ella me miraba atentamente con sus dos grandes ojos bien abiertos—, tú sabes que yo siempre he sido un hombre muy serio.
—Sí, papi, ¡tienes que sonreír más, ah! —parecía molestarse por un momento, pero luego comenzó a reír y a querer hacerme cosquillas. Yo reí un poco.
—Está bien, está bien... Bien, como te decía, nunca he sido el más gracioso de la ciudad. Mis padres me criaron de tal manera que no tuve mucho tiempo de divertirme o de tener momentos como cuando salimos a montar en esa granja el mes pasado, ¿recuerdas?
—¡Sí! —me dijo mi hija— Te veías muy gracioso en tu caballo, papi.
—Era una yegua. Es que... yo nunca había montado una. En cambio mamá sí sabía bien cómo hacerlo, y por eso ustedes me ganaron —reí un poco. Mi hija también era una gran amiga—. Pero bueno... entonces yo crecí preocupado por muchas cosas y, cuando ya fui un adulto, conocí a tu mamá. Era una mujer hermosa y, tiempo después de casarnos, nos enteramos que tú estabas a punto de llegar a nuestras vidas.
—¿Mamá se veía linda cuando yo estaba en su barriga, papi? —me preguntó. Yo sonreí a la vez que recordaba todas las veces es las que mi esposa me preguntaba: "Amor, ¿qué tal me veo?".
—¡Claro! Yo siempre le decía que se veía hermosa, ¡y no miento, eh! Pues bien... Por esas épocas, cariño, tu mami y yo empezamos a pasar por varios problemas. La ciudad en la que vivíamos estaba atravesando una crisis, es decir, por unos problemas —me corregí, al ver que mi hija me miró con cara extrañada cuando dije "crisis"—. No teníamos dinero a veces ni para comer, y mami y yo estábamos preocupados porque no sabíamos qué íbamos a hacer una vez llegaras tú.
—¿Ahí fue cuando viajaron? —me preguntó mi hija.
—Así es, cariño. ¿Sabías que la ciudad en la que vivíamos nunca se relacionó con ninguna otra?
—Sí... —me respondió ella, curvando sus labios.
—Es muy triste... Son muy orgullosos. Es decir, no aceptan ayuda de nadie y no admiten cuando les va mal en algo... y como yo había sido criado ahí, también pensaba así.
—Pero mami no, ¿verdad? Ella vivía al centro, por el lago, ¿no? Ella me dijo eso una vez.

Yo sonreí. A veces me sorprendían todas las cosas que podía recordar mi hija a su corta edad.

—Así es, ¡muy bien! Bueno, entonces ella me propuso venir a esta ciudad y buscar una oportunidad aquí. Al inicio no quise, pero, después de conversar mucho, le dije que sí. Entonces, así fue como empezamos a vivir aquí, en Fèronoir.
—Ah, ya... Oye, papi, ¿entonces por qué me pusieron ese nombre? —me preguntó ansiosamente. Su ceño fruncido era gracioso de ver. Ella arrugó la nariz y yo hice lo mismo.
—Ahí voy, querida, ahí voy... Cuando estuvimos aquí, nos costó mejorar nuestra situación... y en medio de todo eso llegaste tú.

Suspiré por un momento. Vi a mi hija y recordé el día en que nació. Mi esposa y yo pasamos por muchas penurias en aquellos días. Ella lloraba mucho y yo a veces no sabía qué hacer.

—Cuando naciste, fue algo especial —le dije—. Era el Día del Padre. Como te dije, yo era un hombre muy serio, y serio te recibí en mis brazos. Eres mi única hija, y yo aún no sabía bien cómo ser un padre. Miré hacia tus ojos que en ese momento eran grises y me sorprendió lo que hiciste.
—¿Qué hice, papi?

Volví a suspirar.

—Te quedaste mirándome... y me sonreíste —le respondí.
—¿Ah, sí? —me preguntó.
—Sí, cariño. Y cuando hiciste eso, algo cambió en mí. No me importaron los problemas que pasábamos y yo te devolví esa sonrisa. Mi primera sonrisa en años.
—¿En años? —mi hija estaba totalmente incrédula. Me miró con los ojos y la boca abierta. Cada mueca que hacía derretía mi corazón.
—En años... —repetí— Entonces miré a tu mami y ella me preguntó: "¿Qué nombre le pondremos?".

Tenía esos recuerdos vivos en mi mente. Cuando mi esposa me hizo esa pregunta, yo miré por unos segundos a mi hija recién nacida.

—"Sèlirem*", le respondí. "Porque nos ha hecho sonreír en un momento así".
—Vaya... —me dijo mi hija, y me volvió a sonreír como en ese día. Eso siempre la caracterizaba. De pronto, mi esposa se asomó por el umbral de nuestra sala de estar.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó— Están muy tranquilos.
—¡Mami! —mi hija se acercó corriendo hacia su madre— Papi me contaba la historia de mi nombre.
—Oh... esa es una bonita historia —respondió mi esposa.
—Lo es —dije yo, y suspiré. Me quedé mirándolas unos segundos, enamorado.
—Papi dice que eras hermosa —mi hija interrumpió mis pensamientos.
—¿Era? —preguntó mi esposa,y me miró con una ceja levantada.
—¡Lo sigues siendo! Lo sigues siendo —respondí rápidamente, y ambos nos pusimos a reír un momento.

Mi esposa le propuso ir a cocinar a mi Sèlirem y ambas se fueron hacia la cocina. Yo me quedé sentado en mi sillón, recordando cada momento que viví con mi hija. Ella, al igual que su madre, cambió mi vida. Verla sonreír acababa con cualquier día malo que pudiera haber tenido, y escucharla decir "Te quiero, papi" me daba ánimos incluso en el día más agotador. Para ella, yo era un guerrero que la cuidaba, a pesar de ser tan solo un hombre de negocios. Y ella era mi princesa, mi amada princesa. Una lágrima de felicidad cayó por mi mejilla.

—¿Por qué lloras, papi? —mi hija había vuelto y yo no me había dado cuenta.
—¿Qué? Ah... es que recordaba lo que vivimos contigo.
—Ah, ya...
—¿Ocurre algo, cariño?
—Sí, quería decirte algo...
—Dime, preciosa.

Mi hija se paró en la punta de sus pies y me dio un beso en la mejilla. Acto seguido, me sonrió.

—Te amo, papi —me dijo—. Feliz día.


Foto por Annie Spratt en Unsplash.


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* Sèlirem significa “sonreír”.

Continúa la historia >>> rebrand.ly/Selirem2

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