2 - Lo que Kyàlodir no podía ver.
–Oh, no puede ser... ¿En serio?
–Así es.
–¿Y cómo es que no me di cuenta de esto?
–Bueno, pues los humanos a veces no se dan cuenta de las cosas porque ya se acostumbraron a ellas o porque simplemente no quieren darse cuenta de que necesitan ayuda.
–Vaya… ¿Y tú por qué…? Nada, olvídalo; ya me acordé. Oye, gracias por aquel día.
–¿Aquel día, hace un tiempo atrás?
–Ese mismo. Gracias por salvarme. Tú… tú en serio me amas.
–¡Oh, por supuesto! Como nadie nunca te ha amado antes.
–Vaya… ja… aún me cuesta un poco, ¿sabes?
–De hecho, sí lo sé; pero, ¿qué cosa?
–Esto de que alguien se preocupe por mí.
–Bueno, pues ve acostumbrándote, amigo mío. Yo siempre estaré ahí para ti.
–¿Nunca te irás?
–Jamás.
–Vaya… eres el mejor de todos, Maestro. Au, au…
–¿Qué sucedió?
–Son estas flechas. No es bonito tenerlas todo el tiempo, ¿sabes? Esto del dolor… duele.
–Y que lo digas.
–¡Cierto! Tú lo sabes mejor que nadie. Vaya, y el problema con esto es que ni siquiera puedo verlas. Pero sí que puedo sentir el dolor. No me deja hacer las cosas bien.
–Pero para eso estoy yo, amigo mío. Tú no puedes sanarte a ti mismo, Kyàlodir. Tú no puedes ver esto bien; yo debo mostrártelo. Y yo mismo seré quien te cure esas heridas que tienes.
–Sí, eso es lo más asombroso. Tú… tú eres capaz de todo. Oye, Maestro… solo tengo una pregunta.
–Soy todo oídos.
–¿Dolerá?
–Oh… Bueno, sí. Pero no te preocupes; yo tengo el control de todo. A veces querrás rendirte, créeme, pero la recompensa es enorme. Han cometido muchos errores contra ti, amigo. Y tú los has cometido tanto hacia ti mismo como hacia otros.
–Perdón.
–Estás perdonado; sabes que sí. Y ya sabes lo que viene.
–Eso creo…
–Vamos, ¡no dudes!
–Está bien. Sí. Sí lo sé.
–Entonces, ¿qué es lo que viene?
–Tú. Quitándome estas flechas de encima. Quitando mi dolor. Sanando todo lo que siento ahora. Tú cambiando mi vida. Sigues tú.
–¿Quieres ser curado?
–¡Oh, sí por favor! Oye, oye… una pregunta.
–Dime.
–Sé que en ese entonces no te conocía, pero sé que tú a mí sí. Bien… esa vez en la que perdí la vista… un hombre se acercó a mí. Ese día había sido el peor de todos en mi vida, pero esa persona me animó. Me preguntó qué era lo que quería, y yo le dije que quería ver. Que haría lo que fuera con tal de ver otra vez. Sé que era de noche porque podía escuchar a los búhos, grillos y a todos esos animales que llenan el aire con los sonidos que emiten de noche. Esa noche, ese hombre me dijo que crea realmente en eso y que se lo pida. Yo… pues yo se lo pedí. Y pues esa vez él me dijo que me buscaría al día siguiente, y que descansara. Al día siguiente… no lo podía creer. ¡Podía ver! Fue asombroso. Esa mañana simplemente cerré los ojos y dije “gracias”. No sabía cómo, pero en serio creía que ese hombre me había sanado.
–Entonces, ¿cuál es tu pregunta?
–Ahí voy… Ese hombre… eras tú, ¿verdad, Maestro?
–¡Pues claro! ¿Quién más podría ser?
–Nadie. Solo tú puedes hacer esas cosas. Vaya, así que me conoces desde hace mucho tiempo.
–Hombre, te conozco desde que estabas en el vientre de tu madre.
–¿En serio? Eso es asombroso.
–¿Algo más que quieras contarme?
–Jajaja. Nada se te escapa, ¿verdad? Pues sí; sí hay algo. Cuando termines con esto, quiero volver al castillo. Tú sabes, donde me crié. Salí con un propósito y… bueno, ya sabes esa historia. Te la conté hace un tiempo.
–Lo sé, lo sé. Aunque quizás no todos la conozcan. La historia de la Reina Carmesí, ¿verdad?
–Esa misma. Bueno, pues quiero volver al castillo y… decirle que la amo. Creo que nunca se lo he dicho, o así me parece. ¡Y eso que es mi propia madre! Bueno, pues quiero hacer las cosas bien esta vez.
–Por supuesto. Alguien herido no sabe bien cómo amar.
–Pero tú me enseñas cómo.
–¿Perfecto, entonces?
–Así es. Comencemos. No me abandones jamás, Maestro.
–Nunca lo haré, Kyàlodir.
Fuente: YouTube
---
Capítulo 3 >>> rebrand.ly/Kyalodir3
0 comments