Hoy salí a pasear contigo.



Hoy tuve un gran día: aunque amanecí del lado izquierdo de la cama, desperté temprano. Mi desayuno estuvo espléndido y llegué bien a mis clases. Hoy me fue bien y hoy premiaron mi esfuerzo en una materia. Hoy me eligieron de delegado y hoy pude descansar un rato porque tuve clases todo el día. Hoy caminé bastante, hoy respiré aire fresco, hoy el sol miró hacia mí –y hacia muchos más– y lo recibí con los brazos abiertos. Cuando le pedí que se vaya, se fue tranquilo y ya no molestó. Hoy la luna se asomó a medias esbozando una sonrisa. Hoy pude terminar ese libro que tanto quería terminar por obligación y ahora podré leer lo que tanto deseo al fin. Hoy una cabeceadita duró tres horas y recuperé el sueño perdido aunque solo me desconecté tres minutos. Hoy llegué temprano a clases y pude callar de una vez el rugido en esta panza que aguanta a duras penas cenar tarde los jueves.

Pero déjame decirte algo: mi día no fue tan grande como un gigante por las hazañas que hice, ni por lo bien que me fue, ni porque lo poeta se me salió al escribir esto. Hoy mi día fue genial porque Tú y yo hablamos. Ahí, cuando no sabía de qué hablar, solo sabía que tenía que conversar contigo. Me acogiste como siempre y me invitaste a tomar agüita que sacia mi sed, me ofreciste un sillón y me preguntaste cómo estaba. Ahí, sí, en la noche que cubría un tercer piso vacío porque todos los demás se fueron y de algún modo solo quedamos Tú y yo. Me dejaste descansar en el sillón y me abrigaste con un manto blanco que hacía que el frío huyera despavorido del lugar. Cuando me desperté salimos a pasear desconectados del mundo. Solo éramos Tú y yo. Te fui sincero: te dije que te necesito. Más que ayer, más que anteayer, más que nunca. Te pedí un abrazo y me lo diste, y me aseguraste que mi futuro estaba seguro, pero que yo estaba en ese lugar por una razón. Me recordaste mi misión y te prometí algo: quiero que los demás conozcan a aquel que me salvó, a aquel que me ama: a Ti. Me preguntaste si de verdad estaba dispuesto a dar todo por Ti y, ya lo sabes, no te puedo engañar, después de unos segundos te dije que sí. Me prometiste siempre acompañarme y tus palabras fueron un camino en el que yo podía caminar seguro sin miedo a caer. Tu Amor me inundó y una sonrisa se escapó en aquel paseo entre Tú y yo, en aquel tercer piso en el que una persona acababa de pasar y me veía con una cara extraña. Quizás no entendía la felicidad que es vivir junto a Ti. Hoy te necesité –y te necesito y siempre lo haré– y Tú estuviste ahí para mí. Hoy mi día fue grande como un gigante porque tu Amor me cautivó. Hoy estas palabras le rogaron a mis dedos ser escritas porque Tú las inspiraste. Hoy puedo sonreír a pesar de todo porque en Ti está mi propósito. Hoy nuevamente te dije “te amo, Papá”, porque sé todo lo que eso significa. Eres mi todo, mi Padre, mi Maestro y mi Amigo. Hoy sé que esto que hago no es para mí, sino que confirmas aquella promesa que te hice antes de que esta aventura llena de lápices, hojas, teclas y palabras comenzara: que esto es para Ti y para darte la gloria. Porque, si no estás a mi lado, ¿para qué seguir? Hoy en mi mente retumbó “la vida es bella si Tú estás en ella”, hoy, hoy… bueno, ya sabes. Hoy fue un día maravilloso porque Tú estuviste ahí para mí como siempre, y sé que mañana lo será igual si te lo dedico a Ti. No puedo y no quiero apartarme de tu lado ni un solo momento. Hoy me queda decir gracias; como ayer, como anteayer, como el año pasado, como siempre. Hoy te sigo dedicando esto a Ti.


Porque sin Ti nada soy.

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