Jèvenoir.




Esa fue la primera página y media del diario del mejor amigo de la pequeña Sèlirem, un niñito pelirrojo, delgado y con una sonrisa tímida que casi nunca perdía: Jèvenoir tenía ocho años cuando comenzó a escribir su diario y, sinceramente, qué bueno que lo hizo (y que encontrara un cuadernito en su habitación). Ellos dos se habían conocido en la escuela y se habían vuelto amigos casi automáticamente. Mientras que Sèlirem era la arriesgada aventurera en los juegos que jugaban en sus ratos libres, Jèvenoir siempre era la voz de la razón. Al menos la poca que tenía a su corta edad. Bueno, la verdad casi siempre era porque tenía miedo.




Poco a poco, a Jèvenoir le empezó a gustar escribir, aunque a veces no había mucho que contar. Pero obviamente no era así todos los días, ya que debes saber que antes; cuando existían guerreros, caballeros, dragones y tantos otras criaturas que no te podrías imaginar; la vida usualmente era muy interesante. Casi siempre pasaba algo. Sin embargo, Fèronoir, que era en donde Jèvenoir y su familia vivían, era una ciudad muy pacífica en ese entonces… sobre todo para un niño que de lo único que se preocupaba era de poder terminar su tarea a tiempo para cuando las clases volvieran a comenzar… a pesar de que faltaran tres meses para eso.

Y, debido a que aquel niñito pelirrojo estudiaba y leía mucho, a veces las páginas de su diario contaban cosas que él aprendía.






Y, bueno, a veces solía darle mi propio toque a las cosas que le sucedían al pequeño niño que sin darse cuenta empezaba a ser más valiente con el pasar de los días.



Jèvenoir era un buen niño a sus ocho años: era un buen alumno, obedecía a sus padres y le gustaba leer mucho –con ayuda de Sèlirem, claro está–. Pero había un problema con él, y era que su miedo en muchos casos le impedía hacer o creer en muchas cosas y que sus padres eran similares a los de su amiga: adultos con mucho dinero que solo pensaban en negocios y en tomar vino y que no se preocupaban por las cosas que podían estar pasando a su alrededor. Y esa era justamente la razón por la que habían decidido que sus dos hijos se conocieran y pasaran mucho tiempo juntos, porque la pequeña Sèlirem había empezado a tener muchas ideas extrañas desde que su tía abuela le regaló un libro antiguo (debo mencionarte que estas ideas trataban sobre salir de su casa y ayudar a los pobres, regalar su ropa a los que pasaban frio en la calle y hasta una vez llevó a un niñito mendigo a casa para darle de comer. Sus padres se empezaban a volver locos). Por esa razón, como el pequeño Jèvenoir tenía una “buena formación” de parte de sus padres, los de Sèlirem habían pensado que si ambos niños pasaban tiempo juntos, a su hija se le quitarían todas esas “ideas locas” de la cabeza.

El otro problema es que Jèvenoir seguía sin creerle a su mejor amiga. Le había preguntado a su mamá sobre aquella ave brillante que aparecía en las historias que le contaba a veces y ella le había dicho que solo eran eso; historias. “Nada de eso es real, querido –le dijo ella–. Ahora ve a la sala y tráeme mi taza de té, por favor” y, debido a eso, al pequeño le había resultado muy difícil creer en la historia que su amiga le contó aquel día en su casa.




Pero Jèvenoir no terminó de escribir esa última palabra, pues en ese momento yo aparecí. Bueno, la verdad ya estaba ahí desde hace rato, solo que empecé a brillar más. Hubieses visto la cara del pequeño; tenía la boca abierta a más no poder, como solo un niño podría reaccionar.

–¡Jèvenoir! –le dije, como quien vuelve a ver a un amigo después de mucho tiempo– ¡Qué gusto conocernos al fin!
–T-tú… tú… tú eres… –dijo, con la voz temblorosa.
–Àjenoir Èrsedil, el mismo. Puedes llamarme AE si quieres; tu amiga Sèlirem lo hace.

Después de decirle eso, el pobre niño perdió la fuerza en las piernas y casi cae al piso, pero lo sostuve con una de mis alas. Al ver que no se golpeó, volteó a mirarme completamente sorprendido.

–¡Eres… eres real! –exclamó.
–Así es. Y, como te darás cuenta, no hablo tan formal como en esa parte del libro que leíste. Vaiierti sí era así, por lo que tuve que hablarle de la misma manera. Sin embargo, tú y yo nos podemos entender normal, ¿verdad?
–Eres… ¡eres real! –repitió.
–Pensé que eso ya había quedado claro. ¿Estás bien?
–Sí, solo que no pensé que fuera cierto… ¡tengo que contarle a mamá!
–Detén tu caballo, jinete. Si le cuentas a tus padres ahora, no te entenderán. Creerán que estás loco igual que piensan lo mismo de Sèlirem. Hay tiempo para hablar y para callar. Ahora debes callar, pero después hablarás.
–Está bien… –me respondió. Me alegra la obediencia de ese muchacho. Es algo muy bueno en él.
–Y hablando de hablar… me gustaría conversar más contigo. Ya sabes, para conocernos, ser amigos.
–Vaya… ser amigo de un águila… debe ser interesante. ¡Ya! Pero ahorita ya tengo sueño… ¿mañana hablamos?
–Me parece bien. Descansa, Jèvenoir. Nos vemos mañana –y salí volando, atravesando el techo de su habitación.

Después de que me fui, Jèvenoir, volvió a su diario, tachó lo último que había escrito y continuó escribiendo:



Y así pasó el tiempo… La amistad de Jèvenoir y Sèlirem crecía con el paso de los meses y de los años y ambos conversaban diariamente conmigo, aunque a veces se desanimaban o no querían o se portaban mal y no querían hablar con nadie. Yo siempre los buscaba y les enseñaba a ambos de maneras distintas. Sèlirem siguió leyendo el Libro del Rey y compartiéndole lo que aprendía a todos los que podía y Jèvenoir era el mejor alumno. Él y yo nos hicimos muy amigos, y en el segundo año después de conocernos, yo reuní a ambos en un monte para celebrar juntos. El sol brillaba y habían traído canastas con sándwiches y jugo de naranja. Obviamente quienes comían eran ellos.

–Amigos, quiero darles un regalo –les dije.
–¿Qué es, AE? –preguntó Sèlirem, que había crecido bastante en esos dos años. Poco a poco, los rasgos de una señorita empezaban a formarse en ella, y cada día era más bella– Danos una pista para adivinar.
–Es algo que les he traído desde las Tierras del Rey –le respondí.
–¿Un caballo alado? –dijo rápidamente Jèvenoir. Él también había crecido un poco, pero seguía siendo unos centímetros más bajito que Sèlirem. Su cabello ahora estaba despeinado y un poco más oscuro que antes, pero seguía siendo más pelirrojo que el común.
–Oh, no, no, Jèv, ¿cómo va a ser un caballo alado? Imagínate un par de niños volando en un caballo por todos lados. Es peligroso y el resto no lo entendería. Creerían que son hechiceros o algo. Además, los caballos alados viven en la Tierra del Rey desde hace muchos siglos y, una vez que llegas ahí, ya no hay vuelta atrás.
–¿Entonces es una manzana blanca? –inquirió Sèlirem.
–¿Para que así no puedas disfrutar de esta comida tan rica que han traído? No, tampoco es una manzana blanca. Es algo más especial que eso.
–Bueno, yo me rindo. Dinos qué es –dijo Jèvenoir.

De pronto, creciendo de entre la hierba del monte, un par de flores blancas y brillantes surgieron y abrieron sus pétalos como si saludaran a los dos niños. Eran las flores más hermosas que habían visto.

–No puede ser… –susurró Jèvenoir, pero ahora no era por incredulidad, sino solo por sorpresa– son flores de luz.
–De donde yo vengo son comunes, pero aquí son muy especiales… y estas son las primeras en la región –dije–. Cuídenlas mucho… les servirán algún día.
–¿Y para qué sirven? –preguntó Sèlirem.
–Curar heridas, romper maldiciones y tantas otras cosas –respondió Jèvenoir al instante–. Incluso dicen que se puede hacer el más delicioso té con esa flor. Todo eso lo leí en un libro sobre botánica hace unos meses. Ahí decía que esas flores eran una leyenda. Me emociona tener una. Gracias, AE.

Después de compartir un rato y comer, los niños se fueron a sus casas y Jèvenoir escribió en su diario después de semanas de no haberlo hecho. Por cierto, su letra y su ortografía habían mejorado considerablemente.


Y justamente ese hábito de releer lo que había escrito y recordar cuánto había aprendido se mantuvo con el tiempo. Y así volvieron a pasar los años… y la letra de Jèvenoir siguió cambiando.


Y así sucedió. Me encontré con él al día siguiente, antes de que emprenda su viaje y, un año después, le dije que era tiempo de volver a Fèronoir. Y hacia allá se dirige ahora.

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Continúa la historia >>> rebrand.ly/Kyalodir8

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