No culpes a la playa
Capítulo 3 – No culpes a la playa.
Mateo pasó la última tarde de enero con una chica
de cabello largo, lacio y negro, pero no te imagines muchas cosas, ya que dudo
realmente que esta sea la chica con quien soñó dos meses después. Y tampoco
creas que la chica lacia, de cabello negro y largo con quien fue a un concierto
meses después y que curiosamente se llama igual que la chica de quien hablaré
es la del sueño; ya que yo estoy tan perdido como tú o como el propio Mateo.
Pero la historia de hoy no trata de descubrir quién es esta chica; la historia
de hoy es sobre las malas decisiones. Así es.
A Mateo hace tiempo le gustaba una chica con las
características que te acabo de contar. Fueron mejores amigos, pero por heridas
y cosas así terminaron enamorándose, aunque no se lo decían el uno al otro.
Habían pasado muchos problemas que causaron que se separaran un poco, pero cada
vez que podían pasaban todo el tiempo juntos. En uno de estos días transcurre
esta historia. Mateo le propuso a esta chica ir a la playa y, no saben cómo,
funcionó.
– Bien, entonces tenemos que bajar por ahí para
llegar a la playa, ¿no? –le dijo Mateo a su amiga, mientras ambos miraban la
escalera de piedra clausurada e imperfecta que dirigía a la playa, metros más
abajo.
– Así parece… Pero nos pueden ver –respondió ella,
con un poco de miedo.
– Tranquila, tranquila, no pasará nada.
Y así emprendieron su viaje, cruzando el pequeño
muro de ladrillos y comenzando a bajar, hasta que llegó un momento en el que…
– Mateo, mejor ya no. Regresemos –dijo ella, viendo
lo empinada que era la bajada.
– No, no, ya llegamos y vamos a bajar a como dé
lugar.
– ¡Pero nos podemos resbalar!
– Claro que no: Toma mi mano.
Momento preciso, ¿no crees? Nada parece malo, solo
es un rato bonito y medio tierno entre amigos que se gustan y… espera: se gustan.
Luego de la propuesta, ella toma su mano y poco a poco van bajando. Ella seguía
con miedo, pero él le daba fuerzas. Finalmente, después de quince minutos,
logran bajar; cruzan la pista y llegan a la playa.
– ¡Al fin! Llegamos… Qué bonita vista –dijo ella,
sonriendo de emoción y aún sin poder creer que acababa de bajar tan grande y
empinada escalera de la mano de su mejor amigo.
Comenzaron a tirar piedritas y, luego de un rato,
ella se acercó al mar a observar el atardecer.
– ¡Oye! –le gritó él, y su amiga volteó.
– ¡Dime! –las olas apenas le dejaban escuchar.
– ¡Te quiero!
– ¿Qué?
– ¡Que eres muy linda!
– ¿Qué?
Mateo estuvo a punto de gritar “¡Me gustas!”, pero
algo le dijo que no. Quizás se dio cuenta muy tarde de cuán lejos había
llegado.
– ¡Nada! –dijo él.
Luego de eso, pasaron un rato más sentados viendo
el atardecer, él escribió el nombre de ella en las piedras, a ella le encantó,
se levantaron y subieron por las escaleras por las que debieron haber bajado.
Al día siguiente, la madre de la chica la castigó Dios sabe por qué. Él se
molestó y justamente hablaba con otra amiga mientras pensaba en eso cuando
también la invitó a la misma playa exactamente una semana después de aquel día.
Ella accedió.
Sí. Sé lo que estás pensando.
Fueron y sucedió lo mismo. Él se dio cuenta meses
después que hizo eso por resentimiento y se sintió mal.
Mateo pasó dificultades, y justamente un día que se
enteró de una noticia que lo puso muy triste estaba relativamente cerca de
aquella playa. Por aquel entonces toda conversación con la primera chica se
había perdido y Mateo había terminado herido. Desesperadamente buscó a alguien
que lo acompañe a la playa, porque no quería ir solo y realmente estaba triste
por un asunto familiar: no encontró a nadie. A excepción de una chica por ahí
con la que tenía una amistad buena, pero no tanto. “Bueno, no pierdo nada
intentando”, se dijo y, minutos después, se encontraron y fueron a la playa:
ella también tenía cosas que desahogar. Bajaron por las mismas escaleras, se
ayudaron a bajar cada que lo necesitaban, se sentaron en la playa, tiraron
piedritas al mar –las de ella nunca llegaron– y agradecieron a Dios por tener
la amistad del otro. Algo era diferente, pero igual algo era extraño.
Muchos meses después, al pasar por esa playa –solo
esta vez–, Mateo recordó todo y lo vio desde una mejor perspectiva. Cuando
llegó a su casa, se echó en su cama, cogió un papel y un lapicero y comenzó a
escribir.
***
Hoy estuve recordando esos días de la playa,
querida, y me di cuenta de algo: uno toma muchas malas decisiones. Y vaya que
las he tomado. Últimamente he aprendido mucho sobre las decisiones, y es sobre
esto que te quiero hablar.
Tomemos como primer ejemplo la primera vez que fui
a la playa con esta chica… ya sabes quién es. En fin. ¿Ir a la playa solos
sabiendo lo que pasaba? No, gracias. Pero uno no piensa eso en el momento, ¿no?
Hasta parece una buena idea, jajaja, qué tonto. Más aun cuando nos tomamos de
las manos, ay, ay… Era mi corazón haciéndome una jugada en la que caí.
¡Cuidémonos mucho de esto, eh! Sigamos con la segunda vez, una semana después:
Obviamente lo hice de resentido, y tomar una decisión llevado por tus
sentimientos, heridas y esas cosas nunca es una buena idea. Luego terminé
confundido y, créeme, no es bonito. Uno siempre busca hacer el bien, sí, pero
somos débiles, y muchas veces nuestra carne nos gana, nos gana eso que parece
tan buena idea en un inicio, pero que luego vemos cuán equivocados estuvimos y
cuántos errores cometimos.
Hasta pareciera que la tercera vez que fui también
fue una buena idea, pero no. Me sentía muy triste, sí, y mi amiga no me gustaba
para nada (por diversas razones que ya te habré contado), pero nunca debí
recurrir a ella primero (¡y ni siquiera fue mi primera opción!). Por las puras
Dios no ha puesto personas a cargo de mí, y debí recurrir a ellas antes que
nadie. Debí tener un momento a solas con Dios y decirle cómo me sentía; ¡Él me
ayudaría y me daría la paz que mi corazón buscaba! También debí sincerarme con
mi mamá, y decirle también qué tenía en mi corazón; a pesar de sus errores,
nuestros padres saben lo mejor para nosotros, y Dios los ha puesto para
enseñarnos. Y debí recurrir a mis líderes, mi pastor, alguien que no fuera una
chica, porque ¿una chica cargada aconsejando a un chico cargado? Vamos, eso no
iba a terminar bien.
De jóvenes seguramente hemos tomado muchas malas
decisiones –y seguiremos tomándolas–, pero la cosa está en buscar la guía de
Dios para cada una de las decisiones que tomemos… ¡para que no sean malas! Sino
que podamos tomar una decisión sabia que nos edifique y que, con esto, también
a otros. A través de estas palabras te he repetido mucho la palabra “decisión”
o “decisiones”, pero quiero resaltar cuán importante es, en serio. Hace poco
estuve hablando con otra amiga acerca de esta preocupación por el futuro y del
pasado y se me ocurrió algo bonito:
Deja que
Dios sane tu pasado y vive tu presente con Él para que puedas
tener el futuro que Él quiere que tengas.
tener el futuro que Él quiere que tengas.
No culpes a las demás personas, cosas, situaciones
o lugares de tus malas decisiones; hay que aceptar la responsabilidad y
esforzarnos por tener un futuro muchísimo mejor cada día. (Por nuestro bien y
por el de nuestra descendencia, eh.)
Realmente le ruego a Dios que nos dé sabiduría,
para que podamos decidir bien y que esto que será para toda la vida pueda ir
súper bien. Sabes que te quiero muchísimo y me estaré esforzando por tomar
decisiones sabias para que pronto pueda encontrarte. Hace poco volví a ir a la
playa; ya te contaré de eso.
Te quiero, te quiero, mi naranjita. Con amor,
Mateo.
PD: ¿Cuándo vamos a la playa? Jajajajaja :)
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